Eran poco más de las nueve y cuarto cuando el celtismo despertó al fin de la pesadilla que ha vivido durante los último cinco años. A esa hora el Celta regresó a su lugar natural, al lugar que le corresponde y que se ha ganado a lo largo de su intensa historia. La luz del día comenzaba a apagarse en el instante en que Balaídos liberó el grito que llevaba cinco años retenido en sus entrañas, los que ha durado el exilio forzoso en la cruel e incómoda Segunda División, categoría a la que nadie va a echar de menos en la ciudad, pero a la que el equipo ha terminado por ganarle este interminable pulso que le ha obligado a sacar lo mejor de sí mismo.

Los de Paco Herrera, tal y como estaba en el guión, empataron con el Córdoba en un partido en el que ninguno de los dos equipos quiso molestarse lo más mínimo para tener la fiesta en paz. Ambos cumplían sus respectivos objetivos con el punto y los noventa minutos fueron un magreo permanente mientras los segundos caían con dolorosa lentitud a la espera de la explosión final.

El ascenso premia la excepcional temporada que ha realizado el equipo de Paco Herrera desde que la pelota se pusiese en marcha en el mes de agosto, exigido a moverse siempre en números de récord para optar al ascenso más caro de la historia por culpa de la excepcional competencia que han supuesto el Deportivo y el Valladolid. Y el joven grupo de futbolistas amamantado en A Madroa respondió al reto con determinación, coraje y talento. Nunca dieron por perdido el objetivo y en el momento en que las cosas se torcieron hace un par de meses volvieron a encontrar la fórmula para levantarse y recuperar la iniciativa. Ya no cedieron un metro, resistieron como veteranos la presión de los rivales, y se ganaron el derecho a disfrutar de esta última jornada en la que un punto era suficiente para abrir de par en par la puerta del cielo.

De todos modos, aunque Balaídos era una fiesta desde mucho antes de que arrancase el partido, el público aguardada expectante que el balón se pusiese en marcha para saber al fin si existía algún motivo para la preocupación. No hubo tal. Mucho se había hablado esta semana del partido y al final existía el peligro de creerse lo que no era y acabar la tarde con cara de idiota. Pero sucedió que el Córdoba estiró la primera posesión todo lo que pudo ante la mirada complacida de los jugadores del Celta. Y el público respiró relajado para centrarse en el verdadero objeto de aquel partido, culminar al fin el largo regreso del Celta a la máxima categoría del fútbol español y disfrutar de una fiesta que se han merecido por todo lo que han tenido que soportar en este tiempo. Apenas hubo faltas (no llegó a media docena), ni disparos a portería, ni ocasiones, ni tensión, ni motivos para la inquietud. Los jugadores cumplieron el expediente de forma escrupulosa en un simulacro de partido de fútbol sin otro aliciente que esperar el pitido final del árbitro. Habrá quien pretenda empañar la conquista del Celta por culpa de lo sucedido ayer en Balaídos. Resultaría ridículo. La temporada, aunque alguno no se lo crea, es la suma de muchos meses de competición. Los de Herrera se ganaron este ascenso en el gol de Joan Tomás en Valladolid, en el empate extraño de Cartagena, en la feroz y heroica remontada ante el Xerez en Balaídos, en la victoria de la primera jornada en Murcia. El Celta y el Córdoba hicieron lo que debían y sumaron el punto que les garantizaba cumplir con el objetivo que perseguían cuando la temporada se puso en marcha.

Partido en la grada

El partido se jugó en la grada donde el público, consciente de que en el campo no iba a producirse ninguna mala noticia, dio rienda suelta a la locura. Buena parte de los aficionados han acompañado al Celta de forma casi religiosa durante los últimos cinco años. Se han tragado pestiños insoportable, han aguantado a futbolistas absolutamente mediocres y a entrenadores que parecían salidos de una galería del terror. Pero no desfallecieron. Ayer ellos también obtuvieron la merecida recompensa. Posiblemente no eran los más ruidosos ayer, ni los más saltarines, pero sí los más emocionados. Gloria también para ellos.

Durante los últimos minutos Herrera dio entrada a tres hombres de recambio, en gran medida para que recibiesen el homenaje de la grada Orellana, Iago Aspas y Bermejo, elementos esenciales en lo que ha sido la temporada del Celta. El ambiente no dejó de crecer al tiempo que el partido languidecía. El árbitro les hubiese hecho un favor si hubiese pitado el final un cuarto de hora antes, pero lógicamente Hernández Hernández esperó que llegase la hora. Sucedió pasadas las nueve y cuarto de la noche. Sonó el silbato y detrás un grito interminable de felicidad, un grito de liberación. Se abrazaban los jugadores en el campo; lo hacían los aficionados en la grada, lloraban unos y otros lágrimas de felicidad, hermosas, interminables. Mucho tiempo de espera, mucha rabia contenida. El Celta está de vuelta al lugar que pertenece. La pesadilla ha terminado al fin.