Hidalgo, exjugador del Celta, se encontró a Juan Arza en un policlínico de Sevilla hace algunos días. Intercambiaron partes médicos, el recuento de sus achaques. Sufría Arza problemas de circulación. Iba en silla de ruedas. "Pero de cabeza estaba perfecto, muy lúcido. Todo ha ido rápido", lamenta. Arza falleció ayer, a los 88 años de edad. "Se nos ha ido alguien inmejorable. No hay palabras".

Llora el sevillismo a su "niño de oro". El navarro, que militó en sus filas durante 16 temporadas y ejerció después todos los cargos menos la presidencia, es figura central en la historia del club hispalense. Su único pichichi. Lo llora el Celta y eso que lo sufrió en el primer contacto. Arza abrió la cuenta del 4-1 favorable al Sevilla en la final de Copa de 1948. Casi un cuarto de siglo más tarde les compensaría aquel disgusto. Como técnico, en 1971 llevó a la escuadra viguesa a su primera clasificación para la Copa de la UEFA.

Los miembros de aquella plantilla se visten de luto. "Se portó fenomenal en todos los aspectos", comenta Juan Fernández, que compartió charla con él por última vez en el homenaje de hace algunos años. "Nos hacía muy agradable el trabajo y dio oportunidades a la cantera. Un gran entrenador y un tipo entrañable".

El aterrizaje de Arza en Vigo no resultó sencillo. Fue en el tramo final de la campaña 69-70. El malestar de la afición con el equipo estalló en un amistoso contra el Sporting a beneficio del fútbol modesto. El 0-3 desató los abucheos en las gradas. El presidente, Rodrigo Alonso, destituyó aquella misma noche a Roque Olsen y contrató a Arza. "Veo al equipo bajo de moral", declararía a su llegada.

Le resultó complicado hacerse con las riendas. "Nos confundía los nombres. A Sanromán le llamaba San Juan de Dios", revela Fernández. En las siete jornadas que restaban logró solo 5 puntos. Suficientes, sin embargo, para lograr la permanencia, que se concretó gracias a un gol de Rivera en Riazor (0-1). Los herculinos se iban a Segunda. Siete días después, Balaídos festejaba a sus héroes con actuación incluida de Andrés do Barro, que acababa de estrenar "O Tren".

Arza pudo construir entonces sin lastres su proyecto. "Era un gran psicólogo. Llevó muy bien un vestuario repleto de jóvenes. Sabía a quién debía motivar en cada momento. Éramos un verdadero equipo. No existían egoísmos. Nuestra sincronía era impresionante", sostiene Rodilla. Coinciden en que el Celta "funcionaba como una gran familia, del presidente al utillero". Los futbolistas quedaban frecuentemente a comer con sus mujeres. "Éramos felices y lo pasábamos muy bien en aquellos viajes tan largos, cuando era una tortura pasar el Pardonelo o La Canda".

Lidió Arza con algún problema, como la declaración en rebeldía de Costas por cosas de contrato. Mostró mano izquierda. "Era directo y asequible", refrenda Jesús Sánchez, al que el estellés hizo debutar en Primera. Para Rodilla, el ambiente fraternal que Arza supo crear "permitió que un equipo normalito como el nuestro quedase sexto".

De Arza retienen las arengas y los ejemplos. "Con casi 50 años en las pachangas parecía una divinidad. ¡Qué tobillo, qué habilidad, qué toque!", exclama Hidalgo como si lo estuviese presenciando. A Rodilla, en cambio, no se le olvidan las panzadas de arroz con marisco que Arza y el legendario Alvarito disfrutaban los sábados mientras los jugadores ingerían su insípida pasta. "Era de buena mesa". Por Arza se arriesgó Alvarito cuando al entrenador, durante una gira por Venezuela, le robaron 30.000 pesetas. El masajista persiguió a los ladrones, sin capturarlos.

La Liga 71-72, la de la eliminatoria con el Aberdeen, estuvo marcada por lesiones y escándalos arbitrales como el de Guruceta, que salió escoltado del estadio tras un partido contra el Sabadell. El Celta llegó a ser colista tras perder con el Valencia un partido que Arza siguió por radio desde el hospital. "Dicen que mi intoxicación fue grave, pero la de Balaídos fue peor", aseguró. Pese a todo, la salvación se conquistó con solvencia.

Arza se iría ese verano. Lo reclamó el Sevilla y los clubes alcanzaron un acuerdo. Pagaron los andaluces tres millones de pesetas, el primer traspaso por un entrenador en España.

Aún volvería al Celta en dos etapas. Lo recuperó Antonio Vázquez al hacerse con la presidencia en el ejercicio 73-74, de permanencia sufrida. Otra Liga de lesiones, como la grave de Manolo a entrada de Cruyff, y polémicas. Queda para el registro Urrestarazu como el primer árbitro al que un alcalde, Antonio Ramilo, multó por escándalo público. Y en la temporada 79-80, la de los tres presidentes, fue Arza a quien recurrieron al final para eludir por milagro el descenso a Segunda B. No lo logró, quizás porque el egoísmo de Culafic estropeó una gran ocasión en Elche. Los caminos del Celta y Arza se separaron para siempre. Quedó la memoria de lo bello. Rodilla concluye: "Uno acepta que la vida es así, pero resulta duro. Los buenos se nos están yendo poco a poco".