El de ayer no era un domingo cualquiera. Estaba subrayado en los almanaques de miles de hogares vigueses como el del reencuentro del Celta con la Primera División. Era el día más esperado para el celtismo.

Después de una larga pretemporada y de muchas dudas y cábalas, cerca de 15.000 aficionados se congregaron ayer en Balaídos para vivir el arranque del equipo vigués en su regreso a la élite. Y el día no pudo ser mejor.

Antes del partido, se vivieron muchos reencuentros. Muchas butacas recuperaron ayer a sus dueños, que este año volvían a la grada con ilusiones renovadas y ganas de volver a gritar, aplaudir y también a llorar con su equipo.

La primera toma de contacto fue fría. La grada de Balaídos no se caracteriza por su fervor. Acogió al equipo con cariño e ilusión, pero desde una distancia habitual entre ambos. Curtidos tras muchos sinsabores, sólo se dejan llevar por la euforia cuando hay motivo. Un motivo que no llegó hasta el primer gol de Gustavo López. Fue ahí cuando la afición desveló su sentimentalismo. Un atronador ¡Gustavo López, Gustavo López! rompió el hielo y a partir de ahí, la afición se metió en el partido.

La mayoría de los allí presentes sentían curiosidad por ver en acción a los fichajes de esta temporada, pero curiosamente los que se llevaron los mayores aplausos fueron dos viejos conocidos, Gustavo López y Giovanella. El argentino por su golazo y el brasileño por su entrega durante los noventa minutos. También Canobbio se ha ganado a la afición. Cada regate, cada pase y cada internada del uruguayo levantaba a los celtistas de su asiento, al igual que Baiano. Difícil lo tendrán este año para escoger el nombre del jugador que imprimirán en la nueva camiseta.

Tras el segundo gol, obra de Baiano, la grada dejó a un lado su escepticismo y se atrevió a disfrutar. Incluso se tomaron la osadía de jugar a ser entrenadores y coreaban el nombre de Perera y de Javi Guerrero para que Vázquez les permitiera jugar, y así lo hizo. Todo salió mejor de lo esperado y la grada lo celebró con una Rianxeira llena de esperanza e ilusión. Una Rianxeira que ya se echaba de menos en el estadio vigués.