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Encuentro con Nélida Piñón, una voz Lírica insaciable

La Premio Príncipe de Asturias, de ascendencia gallega, regresa hoy a las librerías con "Una furtiva lágrima" (Alfaguara) y avanza que trabaja en una nueva novela ambientada en Portugal

Nelida Piñón. // Gustavo Santos

Nélida Piñón resopla aliviada. Ayer le empezaron a venir a la mente las frases con las que continuar su última novela sin tener dónde escribir. Estaba en la peluquería y ansiaba el regreso a su escritorio, nerviosa. Por eso que vivió el arreglo como una larga condena. Cuando llegó a su casa, bajó la persiana y con la única luz de una lámpara de mesa descargó sobre su ordenador los párrafos que había retenido en la memoria.

—Siempre es así —me dice—. He dejado de ser una escritora disciplinada y he aprendido a escribir desde donde sea. Mismo cuando hablaba contigo hace un rato, estaba escribiendo en mi cabeza.

Es una mañana de verano y en su oficina en Río de Janeiro el sol comienza a arreciar. "Amaneció cubierto, pero enseguida despejó", me informa maravillada la autora de ochenta y dos años. A sus espaldas se erige la gran biblioteca de su apartamento. Virgilio, Kafka, Dante y Shakespeare vigilan desde los estantes y un conjunto de archivadores, carpetas y lapiceros se amontonan sobre el escritorio. Aunque la escena pudiera parecer caótica, en realidad se desarrolla bajo un profundo orden que solo se ve interrumpido cuando Pilara se echa a las piernas de su dueña: "Es terrible, terrible", protesta Nélida. Pilara, una chihuahua de cinco meses, lleva el nombre que su abuelo Daniel le quería poner cuando ella nació:

—Horrible, imagínate: ¡la señora Pilara Piñón! Pero mi tía se interpuso en la elección de mi nombre. Hubo una disputa entre ellos y ella acabó ganando. Eligió Nélida, un perfecto anagrama de Daniel.

La voz de Nélida como la de los protagonistas de sus novelas reposa sobre una melodía poderosa. Combina el clamor del portugués con los cultismos gallegos que heredó de su padre, oriundo de Cotobade. De esta forma, escucharla hablar en español es de algún modo transitar por el Atlántico, de Pontevedra a Río de Janeiro.

Yo tengo total intimidad con la ciudad—me dice Nélida sosteniendo con una mano el teléfono y con la otra apuntando al Cristo del Corcovado, una escultura de esteatita de más de treinta metros. Las vistas que ofrecen los ventanales de su casa son envidiables—. En frente está la Lagoa y a la izquierda la playa de Ipanema. Más allá, a lo lejos, se suceden los barrios de Sao Conrado, Rocinha y Barra da Tijuca.

—Todo muy favorable para que pueda escribir.

—Ahí te tengo que corregir. La naturaleza quiebra mi concentración, por eso bajo la persiana.

—Y sin embargo, ¿la música no la molesta? —le pregunto.

—No, y hasta te digo más: elijo entre ópera o clásica según el sentimiento que necesite despertar.

Nélida hace una larga pausa y después me dice a susurros:

—Porque al igual que hay sentimientos espontáneos, hay sentimientos recónditos que podemos traer a la superficie.

Poderosa e influyente. Nélida Piñón resuena todos los años en la prestigiosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México). Es invitada de honor en los congresos de lengua española y ocupa un puesto privilegiado en la Real Academia Gallega. Se dice, además, que sus amistades son infinitas y nunca se agotan. Viajera incasable, ha conocidos intelectuales por doquier. Fue la mejor amiga de Clarice Lispector y lo es ahora de Mario Vargas Llosa.

Se licenció en periodismo por la Pontificia Universidad Católica y ha trabajado toda su vida en universidades brasileñas y estadounidenses dedicada a la literatura. En los sesenta "Guía-mapa de Gabriel Arcanjo" la situó entre los escritores más prometedores de Brasil, y "Fundador" mereció el elogio del mexicano Carlos Fuentes. Tal fue la impresión que causó que Gregory Rabassa, el divino traductor, llegó a hacer dos versiones de la novela. "Ninguna de las cuales llegó a publicar —me dirá Earl Fitz—. Greg sintió que no lograban capturar la esencia innovadora del libro".

Y es que Nélida fue considerada en su estreno una autora leída por los escritores. No fue hasta la publicación de "La república de los sueños" cuando se hizo accesible a la masa lectora. Una extensa novela que recoge un demonio constante en su vida: el constructor de civilizaciones. A partir de entonces le llovieron los reconocimientos. Fue elegida presidenta de la Academia Brasileira de Letras, investida doctora honoris causa por la Universidad de Santiago y galardonada con el Juan Rulfo, el Menéndez Pelayo y el Príncipe de Asturias de las Letras.

Ahora está en un proceso de asentamiento y no quiere hablar de premios. Acaba de llegar de Lisboa, donde ha estado un año viviendo a la vez que impartía conferencias en Madrid. Por eso que Nélida Piñón recorre las habitaciones de su piso, seguida por sus dos perras, Susy y Pilara, con la emoción de quien estrena un hogar.

Recuerdo el entusiasmo con que bailaba la muñeira —me dice Xosé Luis Méndez Ferrín desde su casa en Vigo—. Fue en la romería de Aguasantas en Cotobade, en la montaña de Pontevedra. Yo tenía once años cuando escuché a un grupo de chicas de mi edad cantar en brasileiro mientras danzaban. Muchos años después se lo dije a Nélida Piñón en un encuentro sobre literatura: '¿Con trenzas, medias blancas y zapatos de charol? ¡Entonces, era yo!', me dijo.

Xosé Luis Méndez Ferrín, el célebre escritor en gallego, recrea el dialogo maravillado. Todavía hoy no encuentra la explicación a ese encuentro fortuito:

—Conocía la existencia de unas familias de emigrantes gallegos que vivían en Brasil y que pasaban los veranos en Cotobade— me dice.

A los once años, Nélida Piñón visitó por primera vez Galicia para conocer la tierra de sus abuelos. La travesía la había hecho desde su ciudad natal (Río de Janeiro) acompañada por sus padres, los mismos que le enseñaron el portugués a la vez que el español y que la convirtieron en lo que Marco Lucchesi llama un anfibio: "Nacer bilingüe, es nacer anfibio. Nélida y yo somos personas con dos corazones, dos destinos y dos patrias. Ella, España; y yo, Italia".

La visión que tuvo de la región en aquella visita fue la misma que más tarde compartirían grandes amigos suyos como Julio Cortázar o Gabriel García Márquez. Galicia era un lugar de tristeza y nostalgia. Su viaje le serviría para escribir más adelante "La república de los sueños", la historia de Brasil con el tema de la emigración gallega de fondo que mereció el Premio Pen Club al mejor libro de ficción.

La fascinación por el libro fue tal que Méndez Ferrín propuso a la autora académica de honor en la Real Academia Gallega. Con la novela revivió todo el imaginario colectivo de Galicia, desde los Reyes Católicos a las insurrecciones populares, aunque fueron la riqueza de su léxico y las influencias literarias lo que más le impresionó:

Es una mezcla de Proust y la literatura más verbal de Brasil. Cuando uno se enfrenta al portugués de Nélida, uno se siente liberado.

Nélida Piñón está en este momento de todo, menos libre. Me confirma haber regresado de Lisboa con quinientos kilos de material y yo le creo. "Con todos los compromisos, apenas he tenido tiempo para releer la novela en la que trabajaba", me dice con un resoplido. La obra la ha ambientado en Portugal, y Nélida empieza a identificar las lagunas que debe rellenar. Ahora uno de los personajes le está exigiendo que le aplique una sanción moral para justificar los actos que cometerá.

—Al escucharle uno cree que los personajes tuvieran vida propia.

—Es que es cierto. Después del bautismo inicial, el personaje se enfrenta al autor en un juego muy peligroso.

—Y cuál es el fin —le pregunto.

—La libertad para construirse a sí mismo.

Los tres mosqueteros, Simbad y la reina Cleopatra marcaron su infancia en el barrio carioca de Vila Isabel. Su padre, un rico comerciante gallego, le abrió con solo siete años una cuenta en una librería cercana y le animó a escribir relatos a cambio de propinas. Después, en la adolescencia le dio a conocer Machado de Assis y la recepción literaria de Nélida maduró.

—Lo que hizo Machado fue asombroso. Negro y sin recursos fue el primer presidente de la Academia Brasileira de Letras.

En un debate muy amigable le demostró a Susan Sontag la importancia del erudito brasileño. La ensayista estadounidense quedó tan convencida que publicó una extensa alabanza en el "New Yorker": "Afterlives: The Case of Machado de Assis".

Aunque luego aparecieron Homero, Camoens, Cervantes, Dostoievski y Faulkner, la influencia de Machado no desapareció. Al contrario, el autor brasileño fue fundamental cuando Nélida ocupó la presidencia de la Academia Brasileira de Letras en 1996. En su discurso de posesión la escritora se comprometió a continuar con la labor de Machado de Assis, esto es, mantener abierta la Academia a las nuevas generaciones del país.

Nélida estuvo dos años en el cargo y pudiendo optar a una reelección, se abstuvo. El episodio se volvió a repetir este año cuando le ofrecieron volver a la presidencia. El motivo que alegó por carta fue el mismo por el que sesenta años atrás había dejado a un lado el periodismo:

—Sabía desde el comienzo que no iba a ejercer el oficio aun cuando estudiaba la carrera. El arte es diabólico —me advierte—. Al mismo tiempo que te atrae con su belleza, te atrapa como un torbellino insidioso.

Hijo y nieto de emigrantes italianos, el poeta Marco Lucchesi encontró en "La república de los sueños" muchos elementos presentes en su vida. Leyó la novela a los dieciocho años de edad y al terminar la lectura decidió visitar a la autora:

—En aquella ocasión había ido a su casa con una amiga que teníamos en común. Nada más verme, Nélida me dijo que estaba muy despeinado y que no le gustaban los hombres así. Ella pone mucha atención a cómo uno se presenta. Entonces me peinó para mi vergüenza.

La reprimenda no lo hizo rectificar. Años más tarde, cuando ya era académico, Marco Lucchesi se volvió a presentar con ese fatal aspecto, desaliñado, en una cena con Nélida. Para su contento, ella volvió a pasar las manos por su cabeza:

—Es muy difícil que uno sea amado y admirado al mismo tiempo, pero Nélida merece ser admirada y amada sin grandes sacrificios —se sincera.

Desde 2018 Marco Lucchesi es el presidente de la Academia Brasileira de Letras. Con más de veinte años de perspectiva valora la presidencia de Nélida como una serie de consonancias que perdurarán en la memoria de la institución:

—Con su visión antropológica, Nélida abrió las puertas de la Academia a los brasileños —me dice—. Fue una presidencia importante, marcó los cien años de la Academia y supuso que por primera vez una mujer ostentara el cargo.

A Nélida Piñón le gusta hacer gala de esta hazaña. Con el mismo ímpetu con que criticó en su tiempo la dictadura de Brasil, reivindica los derechos de las mujeres. De hecho, la primera vez que Earl Fitz conoció a Nélida fue en un seminario sobre mujeres brasileñas en la Universidad de Illinois: "Aunque todas aquellas escritoras fueran muy interesantes y tuvieran mucho que decir sobre el papel de la mujer, Nélida destacó por encima de todas —me dirá—. Su intervención fue impresionante".

Sin embargo, Nélida Piñón es reacia al feminismo cuando este interviene en el arte. Es hartamente conocida su defensa de la genialidad. No quiere que se hagan concesiones a la mujer por ser mujer. Si no que cuando las mujeres no lo fueron, se reconozca que aquel periodo histórico les negó las condiciones para ser escritoras.

Anfibio y también Atlas. Nélida Piñón actuó como puente entre las literaturas en español y portugués en un momento decisivo para el continente: el boom latinoamericano.

—Aunque Nélida no puede ser considerada parte del boom, su papel es relevante —me dice Earl Fitz, profesor de Literatura en Vanderbilt y discípulo de Gregory Rabassa—. El boom se entendió en Estados Unidos como un asunto de los países hispanos. Incluso aun hoy, cuando se habla de América Latina, la connotación es Hispanoamérica.

—Así que Brasil no existe para vosotros.

—Exacto. Por eso que Nélida Piñón es un caso extraordinario.

A diferencia de muchos autores, Nélida decidió abandonar la comodidad de Brasil y explorar otros territorios. En este sentido el español fue clave. Le posibilitó desarrollarse en Barcelona en los años sesenta y entrar en contacto con el mundo hispano que más tarde la consagraría con el Premio Príncipe de Asturias.

Primero conoció a la agente literaria catalana Carmen Balcells. Luego tropezó con una larga lista de escritores hispanoamericanos y se convertiría en cronista del boom. De su amistad con el Nobel peruano resultó la dedicatoria de "La guerra del fin del mundo. Con Cortázar vivió días maravillosos en la vieja casa de campo del matrimonio Rabassa y juntos danzaron, bebieron y comieron platos griegos. "Cien años de soledad" la distribuyó por las editoriales de Brasil cuando aún no había sido traducida al portugués y con Carlos Fuentes ha perpetuado la relación aun después de su muerte, con su viuda Silvia Lemus.

Además de España, Nélida Piñón viajó a Estados Unidos donde impartió clase por los cuatro costados: Miami, Harvard, Georgetown, Johns Hopkins y Columbia. La educación que recibió de sus padres la elevaba sobre una generación de brasileños con un alto índice de analfabetismo. Como profesora de universidad abordó la literatura latinoamericana desde Jorge Amado al "Pedro Páramo" de Rulfo, y combatió la escasa presencia de la literatura brasileña en Norteamérica.

"Nélida es una poeta del dialogo entre las culturas, pero también un gran demonio por lo que fue y lo que continuó haciendo en este proceso de transformación de la novela latinoamericana —me dijo Marco Lucchesi cuando le pregunté por el papel de Nélida—. Ella es testigo de todo cuanto América Latina vivió".

En el salón los diplomas enmarcados, los galardones y los recuerdos acumulados en sus viajes son infinitos y todos están en una perfecta disposición. La estampa señorial muestra la delicadeza de una mujer célibe y sin hijos hacia la organización: "Me gusta poner la mesa bonita, hacer una buena comida y elegir el vino, a la vez que intento imaginar un mundo remoto. Es una contradicción".

Nélida Piñón publica hoy "Una furtiva lágrima", un libro de memorias que escribió luego de que en 2015 un oncólogo le diagnosticara una enfermedad terminal de la que salió adelante. Me dice que no tiene miedo a la muerte, pero sí al fin de su capacidad literaria: "Lo peor que podría pasar es que no me sintiera tan productiva como antes". Y se confiesa creyente, aunque con ciertas regalías como la propiedad de la conciencia.

Ahora prepara su archivo literario en un piso dedicado de manera expresa a este fin. Una fuente de manuscritos originales, correspondencias, fotografías y material inédito que permitirá comprender mejor la época dorada de la literatura latinoamericana. El destinatario todavía no lo ha elegido: "Vamos a ver quién gana la batalla", me dice.

El entusiasmo con que habla muestra una vitalidad envidiable. Tiene además una memoria implacable que le permite citar una y otra anécdota, desde el silencio total de Juan Rulfo en un café con Onetti a sus encuentros con Borges en su casa de Buenos Aires o en Nueva York. Aunque para mi tristeza me informa de que una deficiencia visual la obliga a depender de un joven "alto y muy guapo" que acude cada día a leerle.

Se encuentra, sin embargo, productiva y con aliento para seguir escribiendo. "Como escritora debo renovar la literatura para fortalecer lo mejor que ha existido", afirma. Hay en ella la persistencia de Flaubert y la inquietud de Simbad. Dispuesta a surcar el océano en cualquier momento, me anuncia que ya tiene planes para arribar en Europa.

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