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Redondela, fiesta choqueira

Acto de relevo de las "penlas" en la inauguración de la Festa da Coca, ayer, en Redondela. Ricardo Grobas

Redondela se deja discurrir por el Alvedosa, el Maceiras y el Pexegueiro, ríos de pocas aguas dulces y de rellenos salados del mar en marea alta. En dos de ellos ruedan frutas que les otorgan nombres. Los juncos y los mínimos prados rivereños han sido sustituidos por una hermosa Alameda y un paseo con un útil parking, también lo que fue un instituto y que hoy es un centro multiusos, espacio de arte, exhibición y exposición.

En la Junquera, lugar conquistado a las aguas, se celebraba la fiesta del Corpus, más conocidas como las de la Coca. Justo en las traseras del Hotel España –en el que un día se alojaba el Barcelona cuando se enfrentaba al Celta de Vigo–, de Casa Barciela, del antiguo centro y del casino, junto a las antigua escuela pública, ante la Casa de los Enanitos, hoy juzgados. Todo lo inundaban palcos, tómbolas, caballitos, coches de choque, tiros, voladoras, los motoristas de El Muro de la Muerte, rosquilleras, luces... Al final, la tarasca aparenta haber vencido como sin querer a Xan Carallás, aunque la tradición diga lo contrario.

"Al final, la tarasca aparenta haber vencido como sin querer a Xan Carallás, aunque la tradición diga lo contrario"

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Y, entonces y ahora, todo se celebraba en la churrería atombolada de Pepe, quien se quedó varada para siempre, frente a Diva, mientras se bailaba en la pista de la SAR, fundada por Pedro Regojo.

La calma histórica la dejó plasmada con suma belleza Baldi, en la acuarela que representa a la villa marinera, y cuya reproducción se exhibe junto al puente de madera. En ella se aprecian dos personajes, observando una embarcación, que podrían ser miembros del séquito de Cosme III de Médici. En el vértice superior destaca la Iglesia de Santiago. El testimonio evolutivo lo han dejado los Cal, los Foscar u otros afamados retratistas convertidos en fotógrafos paisajistas.

La vida se teje y se desteje con el paso de los años, pero en el fondo todo es lo mismo aunque se desplace a un pabellón, allá sobre la marisma que fue mar y poza, y espacio para un equipo fulgurante de waterpolo, en la misma carretera a la playa de Cesantes. La evolución incluso llega al Convento de Villavieja, bien gestionado por Don Pepe, que recupera un viejo proyecto como espacio público como plaza racional y hermosa. El futuro prosigue.

En el Jueves de la Coca, las espadas en alto danzan a ritmo vertiginoso ante el Altísimo, la tradición alfombra las calles de flores, las almas se inundan de alegría choqueira, toca la banda municipal, la de Saxos, cantan la coral y la rondalla. Las generaciones respetan lo que algunos quieren obviar por razones espurias. Vence el pueblo, con su Cristo sin procesión o sin presencia institucional. Los navegantes, los nietos de los marineros fundadores persisten incrédulos en sus creencias.

"En el Jueves de la Coca, las espadas en alto danzan a ritmo vertiginoso ante el Altísimo"

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La Real Villa de los Viaductos apenas se espeja ya, conmovida por sus rellenos, para lucir por ella misma, soportando desde la hondonada los puentes ferroviarios, seña de identidad y de vislumbre de los ingenieros audaces. Los trenes se cruzan en el cielo con los aviones, en sus operativos desde o hacia Peinador, hacia Reboreda pasan sobre cemento los Alvia que llegarán a ser AVE o Abriles, o que sé yo. Los trenes apenas se detienen ya en Redondela, las vías son paseo verde en Chapela. Aquí, la vida se comunica con la vida, no está hecho el lugar para prisas, sí para deleites a la sombra de una viña o de un manzano o de un carballo, o en el amplio arenal que apunta a las islas más hermosas y galanas, San Simón y San Antonio, con retazos poéticos en la historia literaria, doloridas de tanta política inmisericorde.

Los pueblos necesitan de sus fiestas para celebrar la posibilidad de abrazarse, sonreír y crear ilusiones a sus infantes. Tenemos mucho que compartir: la vida misma. En la Villa de los Viaductos y en sus catorce parroquias sabemos acogen como pocos, divertirnos y celebrar la buena mesa. A nuestras fiestas están invitados. Salud.

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