Al sevillista Marcelo Campanal se le acercó un aficionado celtista tras un partido, a la salida de Balaídos.

– Usted siempre juega muy sucio aquí –le criticó.

– ¡Cómo no voy a jugar sucio si siempre tienen el campo embarrado! –replicó con gracia.

En otra ocasión, a Pasarín le afearon que siempre alinease a Amoedo, un jugador de gran chut pero escasa técnica, que tenía fama además de escasas luces.

–¿Por qué siempre pone a jugar al más burro del equipo? –le preguntaron los periodistas.

–Porque no puedo ponerlos a ustedes.

Son anécdotas que Xosé Lois Ripalda recolecta en el libro que acaba de editar con Ir Indo, “Lembranzas dun socio”.Ripalda, histórico profesor en el CEIP Celso Emilio Ferreiro, autor de una decena de publicaciones de temática diversa, repasa sus peripecias como seguidor céltico. De extraordinaria lucidez y agilidad a sus 81 años, divertido y preciso, Ripalda comenzó a asistir a Balaídos con diez años. Recuerda bien “cuando ir al campo era un peligro, colgado del tranvía, y cuando los aficionados se subían a los árboles a ver los partidos”.

El cronista repasa una época añorada, de cuando el contacto con los futbolistas era íntimo, además de su propio vida como celtista. Destaca como sus favoritos a Hermidita y a Padrón, con singular devoción por este último. Con el exportero trabó amistad cuando acudía al ambulatorio de Coia, cercano al instituto. Padrón le ha cedido muchas de sus fotografías y ha compartido sus relatos. “Era de aquel grupo de jugadores intelectuales, como Torres, Carballo o Pahíño”, cita Ripaldo.

Al autor le gustan especialmente esas primeras décadas, cuando cada viaje duraba cuatro días. O cuando el público protegía al que había lanzado la almohadilla porque “había odio al árbitro y a la policía franquista, los grises”. “Era otro Balaídos”, resume. Y relata cuando la megafonía reclamó que algún cura acudiese al vestuario y de las gradas bajaron cuatro o cinco con sotanas. Nadie se preocupó. “Es que lo que importa es salvar el alma”, bromeó un hombre a su lado.

Ripalda reserva un espacio en sus páginas a esos actores secundarios que para él han tenido tanta importancia, como los utilleros Galeiro y Marcial, o Remedios, que lavaba a mano la ropa de los futbolistas.

“El fútbol actual me aburre. No sucede nada”, analiza, pero advierte que no se trata de una nostalgia mal gestionada. “No soy un anciano que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Pero esto es un juego, al que vas para divertirte”. Y de hecho su libro no se queda en tiempos pretéritos. Alcanza a Iago Aspas de la misma manera que él mismo sigue pendiente del acontecer diario, afirma mientras se apura para coger el autobús y ver la retransmisión del partido del filial en Ferrol.

Imposible dudar de su pasión. Son setenta años de militancia activa, “trasladándome de grada en grada conforme iba subiendo en la vida”. Porque Ripalda fue también un joven que no podía pagar el suplento en los días del club y se colaba saltando la tapia. Una devoción sin obstáculos. Su libro es, al fin y al cabo, una historia de amor.