Tal como están planteadas, resulta difícil pensar que las elecciones generales del próximo día 28 vayan a solucionar los problemas de España. Según todas las previsiones, la ausencia de mayoría suficiente por parte de cualquiera de los partidos que se presentan aboca a pactos postelectorales cuya heterogeneidad y probable falta de mayoría absoluta harán muy complicada la gobernabilidad del país, y por lo tanto, la resolución de cuestiones cruciales para la sociedad española: no solo el separatismo, sino también el desempleo juvenil, la sostenibilidad de las pensiones y del sistema de la seguridad social, la reforma educativa, etc. Incluso es posible que, como ocurriera ya en 2016, haya que repetir elecciones en breve plazo, y que ni siquiera esta medida (muy onerosa, por otra parte), consiga hacer salir a la política nacional del estancamiento en que desde hace tiempo se halla.

Creo que, aparte de otros factores, esta situación de bloqueo político se debe a la intransigencia mutua de los principales partidos y a su incapacidad para transaccionar entre sí, que contrastan con el espíritu de consenso de la transición democrática y que nos devuelven hasta cierto punto al dilema de las dos Españas poetizado por Antonio Machado. Para poder avanzar, en un Estado que tiende a fraccionarse en banderías ideológicas y territoriales, sería necesario reavivar aquel espíritu de diálogo y llegar a acuerdos suprapartidarios de calado que permitan un mayor desarrollo social, económico y cultural de este país.