Hay cosas de las que no se habla o palabras que no se pronuncian, sin la autorización de quienes ostentan el monopolio de lo políticamente correcto.

Es igual que sea una canción, la calificación de un político, una creencia religiosa, la definición de una ideología, el uso de una bandera o la iniciativa de un ayuntamiento. Hay una especie de censura previa que todos han admitido -asumido se dice ahora- y sin la aquiescencia de los que se han erigido en censores es muy difícil definir, calificar o hablar, de lo que siempre se ha hablado, siempre se ha calificado y siempre se ha definido.

Hay cosas de las que no se habla o palabras que no se pronuncian sin la autorización de quienes ostentan el monopolio de lo políticamente correcto.

Se ha llegado así a una perversión del lenguaje que, paradójicamente, de perversión ha pasado a ser lo correcto.

Hay presupuestos sociales, ultraderecha, fascismo, nazismo e incluso violencia machista, pero no hay -pura paradoja- violencia feminista, ultraizquierda, marxismo, comunismo o presupuestos liberales.