Muchas personas se dan cuenta de lo felices que eran antes de que les sobreviniera una grave enfermedad, la pérdida de un ser querido o la ruina. De este modo, la felicidad suele ser algo que se sitúa en el pasado y que se añora desde un presente en que se ha perdido. Es una lástima que no nos enteremos a tiempo de lo felices que somos -o que podemos llegar a ser- con la vida que tenemos y con quienes forman parte de ella. Epicuro indicó que para sentirse dichosos bastaría con no padecer grandes males en el cuerpo ni en el alma. Sin embargo, ocurre que damos por supuesto todo aquello a lo que estamos acostumbrados y no lo valoramos suficientemente. Es una paradoja del ser humano -resaltada por Schopenhauer- el hecho de que sufrimos cuando algo que anhelamos nos falta y, en cambio, tendemos a restarle importancia e incluso a aburrirnos cuando lo poseemos ya. Hasta que ese algo desaparece, y entonces lo echamos de menos y reconocemos su valor cuando ya es tarde.

Debiéramos por ello representarnos de vez en cuando la posible pérdida del estado en que nos hallamos cuando nada grave nos sucede, para apreciarlo mejor, y no esperar a que haya pasado realmente para identificarlo al menos con un esbozo de felicidad.