Qué difícil me resulta entender las leyes. Me consta que están promulgadas por expertos, que lo hacen basándose en principios fundamentales o generales del derecho y que buscan la justicia como fin último. Lo sé. Pero no lo entiendo y, no lo entiendo, porque con independencia de los distintos vericuetos, atajos e interpretaciones que la ley soporta, yo no me siento protegido por su aplicación, es más, le tengo gran temor, al contrario que los delincuentes de los que debería protegernos.

La puesta en libertad de la tristemente famosa "La Manada", alegando que no existe riesgo de fuga o reincidencia, es tan incomprensible como injusto y yo, como ciudadano de este país, no quiero ni deseo ir mañana de viaje en un tren o avión y encontrarme con uno de estos personajes sentado al lado mío. Es más, estoy seguro que tampoco le hará mucha gracia a la compañía aérea o ferroviaria tenerlos como clientes.

Esta reflexión tan simple, pero tan sincera, me lleva al convencimiento -solo hay que ver la reacción del pueblo español- de que en este país la ley y la justicia van por un lado y la inmensa mayoría de la sociedad por el otro. Y me pregunto si una ley que el pueblo en su práctica totalidad no acepta, es ley o, por el contrario, es sometimiento.

Los españoles de derechas, de izquierdas, de centro, nacionalistas, integracionistas, altos y bajos, estudiados o sin estudios, no aceptamos que tan cobarde e indecente acción quede impune o se salde con una pena tan dulce para el agresor mientras la agredida queda desprotegida y gritando su impotencia al infinito.

Si la sociedad en su conjunto sale a la calle y dice no, es no, y si la ley dice sí, es obligación de los representantes de los ciudadanos de a pie, sentarse, llegar a acuerdos y resolver este engendro cuanto antes, ya debería de estar hecho.

Espero de corazón no encontrarme con ninguno de ellos, pero si lo hago y soy consciente de ello, me negaré a comer donde ellos, a viajar donde ellos lo hacen, a convivir con rebaños y manadas que casi son lo mismo, salvo por el hecho simple de que el rebaño suele ser doméstico y dócil y las manadas, salvajes y crueles.