Cada día desde hace meses libro una lucha contra mí mismo en un intento de ver lo positivo de la vida que vivimos y, sobre todo, la que creamos. Me había prometido no volver a hablar del antes vendedor de crece pelos, transformado ahora en el respetable presidente de la todopoderosa Estados Unidos, pero veinticuatro horas son demasiadas para una mente tan prolífica como la de este "hombre del renacimiento" que abnegadamente, desde la perspectiva que tiene desde su torre dorada de los mundanos mortales, no alumbre alguna genialidad más como la del nuevo Tratado de Tordesillas, en connivencia con su buen amigo Vladímir Vladímirovich Putin. Que, ¿qué significa esto?. En palabras de estos dos camaradas, básicamente, "normalizar las relaciones sin injerencias mutuas" o, lo que es lo mismo, repartirse el mundo "de buen rollo". Y lo que pase en cada patio de juego lo decide el dueño de la pelota. Tristemente las consecuencias no van a ser las de aquel 7 de junio de 1494, en la villa de Tordesillas, en donde Castilla y Portugal firmaron un tratado que dividía el océano Atlántico por medio de una raya trazada de polo a polo, 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, quedando el hemisferio oriental para la Corona de Portugal y el hemisferio occidental para la Corona. Las consecuencias las podremos ver de forma inmediata en Siria, Ucrania, Chechenia..., donde únicamente una Europa débil y fragmentada se acordará muy de tanto en tanto de las voces reprimidas y las vidas perdidas en estos conflictos. Por su parte la dejación de ayuda en otros enclaves por parte de Estados Unidos o, a buen seguro, bajo la irónica legitimación de los derechos humanos en enclaves dentro de su zona de injerencia, en la que existan intereses para esas grandes corporaciones que ahora apoyarán sin rubor alguno a su nuevo presidente, terminará constituyendo una regresión de décadas en lo que derechos humanos se refiere.

Por todo lo mencionado anteriormente debemos seguir muy de cerca todas las evoluciones del que será el inquilino número cuarenta y cinco de la Casa Blanca que, a buen seguro, pronto cambiará su nombre por el de Dorada. En cualquier caso, como esta no es una cuestión que únicamente se circunscriba a un ámbito doméstico, no cabe rendirse ahora que el viento sopla en contra, olvidando palabras como: si sale Mister T (me niego a estar pronunciando ese apellido todos los días) me voy a vivir a África, decían unos cuantos actores de Hollywood haciéndose autopropaganda de modernidad, en una segura victoria. Ahora esos mismos consideran que su presidente es meritorio de una oportunidad, la misma que la ha llevado a la victoria, la misma que hará de este mundo un lugar más injusto y más languideciente medioambientalmente, con el único objetivo de poder construir torres doradas más grandes y más altas.