El reciente sepelio de Adolfo Suárez, primer presidente de la democracia, en inusual solar catedralicio, junto al último presidente de la República en el exilio, Claudio Sánchez-Albornoz, bajo lápidas con similar cita al "espíritu del consenso", demuestra que las personas de valía, a la hora de expresar por escrito el epitafio de la última palabra, aunque de ideales diferentes coinciden en esencias éticas de humanidad, clave de la convivencia.

Sánchez-Albornoz, además de político, fue historiador especialista en la España musulmana y con sentido del humor. Al descender del avión a su regreso del exilio dijo "lo único que traigo de rojo es la corbata" y quiso que al morir tocasen las campanas de la torre mudéjar de San Pedro de Ávila, como el muecín árabe llamaba a oración. En su lápida queda un epitafio en latín "ubi autem spiritus Domini, ibi libertad" (donde hay espíritu del Señor, allí está la libertad).

Adolfo Suárez, protagonista de una transición modélica, resumió en síntesis la dialéctica de las dos Españas heredadas, "la concordia fue posible", y reposa con las cenizas de su esposa, que dispuso traer de una capilla del modesto convento de Mosén Rubí, donde esperaban.

Toda una alegoría contra ese efecto devastador de la muerte, que es el olvido, y satisfacer el atávico sentimiento humano de perdurabilidad.