En el Faro de Vigo del día 28 de marzo de 2009, en su página 47, se habla de la última campaña que ha iniciado el Vaticano y, por ende, los obispos españoles, contra el aborto y derivados.

No quiero pronunciarme sobre el aborto en sí, pero sí lo hago con el circo que se va a montar en España, durante la Semana Santa. Es verdad que las procesiones son esencialmente católicas, pero también es cierto, que, hoy en día, son acontecimientos turísticos que producen enormes ingresos, en los lugares mas tradicionales de su celebración. En ellas interviene todo el pueblo y además de fervor, producen alegría y sentimientos desbordados, (léase Andalucía, Murcia, Zamora, etc.).

En medio de este panorama, la protesta por el aborto queda, al menos, fuera de lugar. Añádase, por otro lado, las protestas feministas y de otros colectivos y ya tienen un buen resultado, las procesiones van a dejar de serlo para convertirse en una batalla campal o como dice el pueblo, un rosario de la aurora.

Dejo este tema y sigo con la información del Vaticano y leo, hablando del uso de embriones para curar enfermedades, muy especialmente, del nacimiento de un ser vivo, para vivir y curar a su hermano “no se puede utilizar la vida humana para otro fin, aunque sea la salvación o la salud de otro”.

Señores del Vaticano, ¿Qué tipo de cristianismo defienden ustedes? Cuando yo ejercía de católica, apostólica y romana, la base, el principio fundamental de la doctrina cristiana, la que enseñó Cristo con su propia vida, el único y máximo maestro de todo buen católico y por ello del Papa y todos sus satélites, era “entregar su vida para redimir a todos los hombres (también a las mujeres, sin excepción de categoría social, raza y discriminación, incluida la que ustedes, monseñores, llevan a cabo por cuestiones de sexo).

Hoy en día, se sigue diciendo en todas las iglesias católicas que Jesús nos salvó entregando su vida por nosotros.

Si es verdad la doctrina católica, no hay más prueba de amor que dar la vida por los demás.

Señores del Vaticano y súbditos sumisos, creo que en vez de excomulgar a los que tienen hijos porque los desean y además pueden salvar la vida de sus hermanos, debería canonizarlos porque están siguiendo los pasos que les marcó el Gran Maestro, en el nombre del que, hoy en día, ustedes pueden vivir en grandes casas y grandes palacios, con un lujo y un vestuario propio de emperadores, cuando Él, el dulce y humilde Jesús, nació en un pesebre, vivió en una casa de pueblo, con unos padres llenos de amor, vistiendo humildemente, pero con toda la dignidad y sabiduría de un Dios.