Me escribe Silvia, de Caldelas, una larga carta y al final en toda su extensión rebosa el cariño por El Miño de ribereña y lo define con precisión cuando dice “me es imposible resumir más lo que tengo en la cabeza y en mi corazón”. Lo que tiene es cariño y sentimiento pero también razones. De sus razones y las mías quiero escribir.

En mi “lanchiña”, que se llama Insua palabra muy “miñota”, navego río arriba desde a Illa dos Amores, nombre hermoso. Pronto se puede ver una inmensa diferencia en el cuidado entre las dos orillas. En la portuguesa hay limpieza, orden y respeto con el medio ambiente. En la del otro lado reluce la suciedad y el abandono. La portuguesa es un mucho británica y la otra parece más bien vandálica. En lo que se ve más lejos allí hay agricultura y aquí no, aunque haya alguna finca hecha como a cañonazos para destruir el paisaje. En la parte portuguesa aparece una iglesia en lo alto con un enorme trecho de escalones que sin subir ninguno nos llevan al cielo por la vista que ofrece el conjunto a él que navega río arriba.

Sigo el viaje entre ramas rotas con botellas de plástico en las puntas para “señalizar” el peligro, viejos árboles flotando, piedras que llaman “ouvellas” y una roca que denominan “carneiro”. Llego a Tui, La Colina de Piedra, que decía Eliseo Alonso, ribereño de Goián. Escritor de una comarca de cítricos, Kiwis, aguacates y, sobre todo de gentes sencillas que durante muchos años solo tenían el río. De El Miño pescando y cruzándolo vivieron y algunos murieron. Juntos, río y hombres, lo cuidaron porque los dos eran y forman naturaleza.

Poco después aparece la presa de O Louro. Quizás es el gran espejo de la negligencia y la desidia de no sé cuántas administraciones. Todas absolutamente culpables porque no saben o no quieren saber.

Un poco más adelante está el vertido de la depuradora escondido. No sé si el agua que vierte está limpia porque la salida está escondida en el fondo pero muchas veces aquel sitio apesta y el Louro no tiene vida... ¿depura bien ese ingenio o no? Y si es no, como a todas luces parece, cuál es el porqué y cómo se va a solucionar. O también quieren esconderlo como lo que vierten.

Caldelas es casi toda agua, calientes de las termas o normales de los ríos: Caselas y Miño. Gracias a ambos existe porque sus aguas son vida y fueron fuerza para moler grano que daban plantas que ellas hacían germinar y dar pan. Otras veces crecía exuberante el maíz que alimentaba animales y personas.

Y para las calientes está el balneario cosmopolita.

Recordar es vivir y es no permitir que se rompan acueductos, como se hizo, que dieron agua para mover molinos y llevar a los campos.

La empresa que lo destruyó desde su ignorancia, más bien interés, debe proceder a la reconstrucción. Si no se le obliga seguirá rompiendo nuestra historia y nuestra vida.

“Desde hace años, nuestro río sufrió una contaminación salvaje, la destrucción incontrolada de áridos, las cortas de árboles sin ciencia ni conciencia, los embalses sin escalas salmoneras y...”, me escribe Silvia. Tiene razón y el asunto no es baladí porque podemos necesitarlo para “tirar a fame, para poder comer...”

En memoria de mi primo Tante, porque él, Caldelas y Miño eran amores.