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Mirador de Lobeira

Política de palo y zanahoria

Los Ayuntamientos han hecho su agosto, han metido multas a discreción y llenado sus arcas sin rubor, en un momento en el que sangrar más a los vecinos y turistas es cuando menos de una hipocresía absoluta. Política de palo y zanahoria.

Llenarse la boca con un turismo masivo es sencillo, decir que la ocupación superó el 90 o el 100% puede ser un dato objetivo, pero lo que necesita saber la ciudadanía es el nivel de satisfacción, es decir la calidad de los servicios que se ofrecen a cambio de los cuartos que dejan.

Y son muchos los turistas que en redes sociales tienen quejas de lo sucedido este año, quizás el último verano multitudinario ante la profunda crisis económica que todos pronostican.

Carreteras colapsadas, peajes excesivamente costosos, falta de plazas de aparcamiento, cuentas que se disparan en bares y restaurantes, alquileres imposibles; alojamientos hosteleros por la nubes, son solo algunos ejemplos de la decepción expresada día sí y día también.

Cierto que los pueblos costeros tienen que combatir la anarquía que arrostra el asueto, el jolgorio y las enormes ganas de diversión en esos pocos días que corresponden de descanso veraniego, pero también es justo que se actúe con prudencia para que la vaca de oro del turismo no se convierta en un simple espejismo.

Abrasar con multas a los turistas para primar economías sumergidas o en negro, para favorecer los “leira-parks”, es simple y llanamente un sinsentido económico. Y lo han hecho en municipios tan turísticos como Sanxenxo -véase playa de Areas- u O Grove, como en A Illa o Vilanova. Los alcaldes han de saber que esta actitud solo provoca la irascibilidad de los invitados.

Actuar con mano dura contra los que viajan en caravana sin causar daños a dunas o espacios naturales, también es paradójico si se compara con la protección a los peregrinos que más o menos vienen gastando lo mismo y a quienes se regalan infraestructuras hoteleras, llamadas albergues.

Y es que el denominado “turismo de zapatillas” tiene que coexistir con el de los aristocráticos veleros, básicamente porque sin aquellos se disminuye la población vacacional cuando lo que se busca es ese ambiente multitudinario que da vida a los pueblos durante el verano.

Las administraciones tienen que anticiparse a los problemas de infraestructuras, porque simple y llanamente eso es ofrecer calidad turística pues multar a todo el que llega, hacerles sufrir horas de retenciones en carreteras en vías rápidas o padecer las carencias médicas de los centros de salud solo conlleva malhumor y, por tanto, que el próximo año elijan de nuevo el Mediterráneo con ciudades menos intransigentes.

Llega la hora del balance y seguro que se les henchirá la boca al decir que fue un verano espectacular, donde el consumo ha bajado, pero las arcas municipales se llenaron como nunca a base de multas contra todo el que haya cometido un despiste.

Y habría que darlo por bien empleadas si esos ingresos, que nunca desvelarán, se emplean el próximo año para mejorar la hospitalidad de quienes se dejan aquí su dinero.

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