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Los jóvenes no quieren tomar el relevo de las “collareiras” de A Toxa

Imagen de archivo de una vendedora de artículos elaborados con conchas, en A Toxa. M. Méndez

Las “collareiras” de O Grove son parte esencial de la historia de este pueblo. Pero la ausencia de relevo generacional ha herido de muerte a este oficio artesanal. Lo peor de todo es que la pandemia parece querer rematarlo definitivamente.

La mejor prueba de su lento agonizar es que ya solo quedan 58 oficialmente censadas en el registro municipal, prácticamente la mitad de las que solían operar en el municipio antiguamente.

Imagen del libro "As collareiras do Grove", de Antón Mascato y Patricia Arias.

La explicación es sencilla: sin turistas en el pueblo a causa del coronavirus, no hay actualmente a quién vender los collares, pulseras, anillos, diademas, broches y pendientes; y sin jóvenes dispuestos a recoger el testigo de sus madres y abuelas, tampoco nadie puede garantizar que en el futuro se sigan vendiendo esos objetos artesanales de bisutería creados a partir de la recolección y manipulación de conchas en las playas mecas. 

Una de las últimas "collareiras"

Una de las últimas "collareiras" MANUEL MÉNDEZ

En definitiva, que el presente y el futuro son ahora más inciertos que nunca también para este sector estrechamente ligado a la imagen cultural y turística de la localidad.

Tres de las protagonistas del libro "As collareiras do Grove", de Antón Mascato y Patricia Arias.

Un colectivo, el de las “collareiras”, que muchos conocerán por haber visto desde niños a estas mujeres (también a algún que otro hombre) vendiendo sus artículos en la zona portuaria de O Corgo y, sobre todo, en la isla de A Toxa. 

Al igual que muchos habrán notado los cambios experimentados a lo largo de las últimas décadas, y muy especialmente desde que en 2010 incluso se aprobó en el pleno de la Corporación un reglamento para preservar su actividad.

A pesar de esos cambios, de la creación de centros de artesanía específicos para comercializar sus abalorios y de la potenciación de la marca Artesanía de Galicia, el futuro del oficio de “collareira” es ahora más incierto que nunca.

Así lo asume una representante del colectivo tan popular como Montse Betanzos, que dispone de un taller y una marca que llevan su nombre.

Como hacen otras compañeras de profesión y la concejala María López, responsable de Comercio en el gobierno socialista de O Grove, incide en la importancia y necesidad de buscar el relevo generacional para no dejar morir a este sector.

Algunas de las conchas empleadas. M.M.

La propia Montse Betanzos resalta que el de “collareira” es un oficio “en peligro de extinción”, a pesar de tratarse de una actividad reconocida con el distintivo de Artesanía de Galicia.

“Está en riesgo de desaparición por falta de relevo generacional”, sostiene la “collareira” antes de recordar que en su taller de O Grove hacen lo posible para “mantener y revitalizar esta práctica con un estilo contemporáneo”, conservando la esencia de la elaboración original de bisutería y complementos con las coloridas conchas marinas que son “la base de todo nuestro trabajo” y ella misma recoge a mano en las playas de O Grove.

Aprovecha para recordar que las conchas se limpian y seleccionan antes de elaborar el diseño de cada pieza y engarzarlas con sedal, hilo de nylon, hilo de seda o productos similares.

Desde hace doscientos años

En el taller artesanal de Montse Betanzos, que funciona desde 1978, explican también que el oficio de “collareira” se remonta a “casi doscientos años” y que fue “únicamente en O Grove donde durante generaciones las mujeres artesanas exponían y vendían sus creaciones”.

Artículos a la venta en un puesto instalado en A Toxa. M.M.

Una ordenanza aprobada hace una década para “dignificar, consolidar y potenciar” el oficio


Fue hace una década cuando el pleno de la Corporación de O Grove aprobó la “Ordenanza municipal reguladora de la venta de collares y otros ornatos personales realizados con conchas marinas”.

Lo hizo con la intención de “dignificar, consolidar y potenciar” la labor de las “collareiras”.

De este modo se introducían novedades como la obligatoriedad de usar mesas desmontables para realizar las ventas, con un máximo de dos metros de largo por un metro de ancho.

Al tiempo que se prohibía aumentar el volumen de los puestos y se establecían las bases para permitir el tránsito de vehículos y peatones sin molestias.

El mismo reglamento señalaba que “el vendedor extremará la limpieza en la zona de venta” y que “debe mantener la compostura en la práctica de abordar a los viandantes, aceptándose la venta a pie, con cesto, pero nunca con mesa y cesto a la vez”.

Tampoco se permitía el uso y venta “de metales preciosos, cristal, cuero, nácar, coral, tejidos, porcelana, madera, plástico y artículos de pasta química”.

De esta forma se quería evitar que las mesas o los cestos de las “collareiras” se convirtieran en una especie de bazar oriental, limitando su actividad a los productos de casa y potenciando así la elaboración y venta de collares y pulseras confeccionados artesanalmente con las conchas que desde antaño se recogen en las playas mecas.

Aquella ordenanza aprobada por unanimidad establecía, en síntesis, qué artículos podían vender, dónde hacerlo, cómo y bajo qué condiciones.

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