La infección de la viruela en O Grove encontró el caldo de cultivo perfecto ante una población que carecía de vacunación previa. Desafortunadamente, la obsoleta ley de Sanidad de 1855 no obligaba a la vacunación o revacunación, por lo que se dejaba al criterio de las personas. Caso distinto era, por ejemplo, el de Alemania o Suecia, donde la obligación de la vacunación no aportaba ningún caso de viruela, o escasos, en el año 1893.

En O Grove, el virus iría extendiéndose aquel mes de junio desde el foco original, la taberna de la calle oscura, hasta el barrio marinero de Peralto, la Platería, la calle Principal y el Montiño. A mediados de julio ya se había adueñado del lugar de A Vilavella y Conricado, antes de que se concentraran amplios contagios en Meloxo y Terra de Porto.

Entrados en agosto, la enfermedad se había estabilizado, pero continuaba manteniendo una alta mortandad entre la población infantil. En ese mes campaba por los núcleos más poblados e incluso en otros lugares más aislados, como O Con, donde cinco viviendas de aquel pequeño conjunto poblacional se vistieron de luto.

En realidad, la cifra total de contagiados afectó a un tercio de la población, un número considerablemente elevado teniendo en cuenta que el vecindario era de unos 3.000 habitantes.

La parroquia rural de San Vicente tampoco escaparía al foco infeccioso, llegando a finales del mes de agosto al lugar de Reboredo, cuando el descenso de infectados era notorio en San Martiño.

En Reboredo ocurrirá el primer fallecimiento y siete días más tarde, en Balea, asentamiento desde el cual continuó propagándose hasta el lugar de Outeiro. El índice de contagios en San Vicente fue considerablemente menor, motivado por el índice inferior de población en el rural, las dificultades de comunicación -lo que aislaba geográficamente a los vecinos de los infectados-, el conocimiento y temor de la población sobre el terror vivido en la parroquia de San Martiño y la mayor dispersión de los núcleos habitados. Todos ellos fueron factores que contribuyeron a que el número de muertos no superase los cinco individuos.

El fin en la península grovense se vislumbra ya en los meses de septiembre y octubre, cuando la cifra de invadidos desciende bruscamente y poco a poco va desapareciendo para ir extendiéndose por los pueblos limítrofes, llegando a la parroquia Castrelo, en Cambados, a mediados de octubre.