Paseo por un Vigo de la Luz

Hoy, la nuestra es una ciudad moderna, abierta, plural y cosmopolita. Pero también es una muy parecida a aquella a la que nos asomábamos el 3 de noviembre de 1853

Aquí se imprimió 
la primera edición
de “Cantares
 gallegos”.

Aquí se imprimió la primera edición de “Cantares gallegos”. / Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Pedro Feijoo

Aunque nada más fuera por su mes de noviembre, 1853 debería figurar en la historia de Vigo como el Año de la Luz… Porque, casi al mismo tiempo que este nuestro querido FARO prendía su farol, otra linterna se encendía en el mar: apenas unos días después de que el futuro decano de la prensa nacional iniciase su andadura, también se inauguraba el faro de las Islas Cíes. La función de la señal erigida sobre las puertas del Atlántico era asegurar la navegación nocturna, mientras que, de igual modo, la vocación de esta cabecera tampoco era otra que arrojar luz sobre nuestro día a día. Una torre de luz para el océano, otra para la ciudad y, desde entonces, ninguno de estos dos faros ha dejado de brillar, guiando en todos los sentidos posibles la comunicación viguesa. Dos focos incombustibles que, desde 1853, jamás han dejado de alumbrar nuestro lugar en el mundo. Y menos mal, porque… no crean que ha sido poco lo que hemos vivido desde entonces.

De hecho, y hablando de comunicación, el cambio que la ciudad experimentaría en los años siguientes sería descomunal. En cuanto a infraestructuras, los vigueses de esa segunda mitad del siglo XIX asistieron a la apertura de nuevas carreteras para conectar la ciudad tanto con Castilla como con el resto de la provincia; vivieron el asentamiento del ferrocarril, culminado en 1881 con la inauguración de nuestra primera estación de tren; y, por mar, asistieron al desarrollo del puerto, que en menos de medio siglo contaría con dos muelles de madera y uno de hierro. Y, aún centrados en la comunicación, otra de las grandes noticias de las que también dio testimonio nuestro FARO fue la que se produjo en 1873, cuando comenzaron a operar tanto el famoso Cable Inglés como su rápida competencia, la del Cable Alemán, ambos conectando telegráficamente la información europea con la americana y la asiática, siempre con la famosa etiqueta “Vía Vigo”.

En términos culturales, quedémonos, por ejemplo, con la primavera de 1863: será entonces cuando Juan Compañel imprima en sus talleres de la rúa Real la primera edición de Cantares Gallegos, la obra con la que Rosalía de Castro pondrá en marcha la literatura gallega moderna. Ah, y ya que hablamos de grandes nombres de las letras universales, tampoco olviden que fue en 1868 cuando Julio Verne fechó la llegada del Nautilus a nuestra ría, tal como se describe en 20.000 leguas de viaje submarino. Tan solo diez años más tarde, en 1878, recibiremos la primera de las visitas del autor de Nantes, quien aún regresará en una segunda ocasión, en 1884.

Será también en estos años cuando comience una de las más interesantes revoluciones que vivirá la ciudad: la del cambio arquitectónico. Entre 1880 y 1936, la renovación urbanística experimentada en Vigo será digna de estudio en cualquier escuela de arquitectura. Palacios, Castro Represas, Gómez Román o, muy especialmente, el dúo de oro en la historia de la arquitectura local, Jenaro de la Fuente y Michel Pacewicz, se convertirán en nombres imprescindibles para comprender el fascinante renacer que la ciudad atravesará en estos años. A todos ellos les deberemos para siempre la construcción de verdaderos palacios urbanos, como el edificio Simeón, el Teatro García Barbón, la Casa Bonín o el bellísimo Hotel Moderno, la obra con la que celebrar un cambio de siglo que, por supuesto, también dejaría su huella en la ciudad.

Así, y comenzando por el ocio y el deporte, será en 1905 cuando el FARO dé noticia de un curioso deporte: se trata del football, y se practicará por primera vez en la ciudad entre los equipos formados por la tripulación del buque Exmouth y los empleados del Cable Inglés. En ese momento no es más que una extravagancia británica. Pero, en pocos años, acabará marcando el pulso de los domingos olívicos. Especialmente a partir de 1923, cuando los equipos Vigo Sporting y Real Fortuna se fundan en uno solo: el Real Club Celta de Vigo.

De hecho, y hablando de ese primer cuarto del siglo pasado, el desarrollo experimentado por la ciudad será tal, que los vigueses, además de poder contemplar en 1903 la llegada del primer automóvil que rodará por las calles de la ciudad –propiedad de la familia Curbera–, también podrán asistir al nacimiento de empresas tan importantes para nuestra industria como La Artística, La Metalúrgica, Vapores de Pasaje, Tranvías de Vigo o también una tan significativa como olvidada: la Panificadora de Antonio Valcárcel. Y, en cuanto a nuevas publicaciones, el FARO también nos avisará de la aparición de revistas y periódicos como “Vida Gallega”, “Galicia” –donde, bajo la dirección de Valentín Paz Andrade, Castelao comenzará a publicar sus famosísimas “Cousas da Vida” – o “El Pueblo Gallego”.

Avanzando un poco más nuestro paseo, los años treinta comenzarían con la llegada de la II República, la visita de Ernest Hemingway y una de las primeras huelgas realmente importantes llevadas a cabo en la ciudad: la de las trabajadoras que paralizaron durante todo el mes de diciembre de 1931 el que por aquel entonces era el sector más importante de la economía viguesa, el de la industria conservera. Es a aquellas mujeres valientes y decididas a las que les debemos los primeros avances en cuanto a bajas por maternidad. Otro más de los muchos derechos conseguidos y defendidos en una ciudad de siempre liberal que, por desgracia, verá cortadas sus alas, como todas las del país, el 18 de julio de 1936.

Con todo, el bando de guerra que adhiere la plaza de Vigo al “Glorioso Alzamiento” no será leído en la Puerta del Sol hasta dos días más tarde, el 20 de julio. Las heridas abiertas aquella mañana por los infames disparos del capitán Carreró Vergés todavía son visibles hoy, como cicatrices en piedra, en los muros del edificio Galoya, marcando para siempre el inicio del mayor periodo de represión y terror jamás conocido en esta ciudad… Barricadas en El Calvario, fusilamientos en los muros de Pereiró, la matanza del Bou Eva, cacerías humanas, horror, miedo, y la Legión Cóndor desfilando por las calles de la ciudad. De todo eso también dio noticia el FARO. Pero, ¿saben qué les digo? Que les zurzan. Para hablar de todo eso ya tenemos la actualidad. Sigamos, mejor, con noticias más alegres. Como, por ejemplo, sobre libros:

Entre 1941 y 1950, la ciudad verá nacer tres editoriales importantísimas para los lectores del país: la Editorial Cíes, donde publicará el prolífico Marcial Lafuente Estefanía; Edicións Monterrey, de Xosé María Álvarez Blázquez; y, por descontado, Galaxia.

Y, hablando de nuevos “negocios locales”, terminarán los años cincuenta y empezarán los sesenta con los vigueses comenzando a trabajar en las que por muchos años serán algunas de las empresas más importantes de la ciudad: en 1959 empezará a operar la factoría de Citroën; los barcos de Pescanova comenzarán a faenar en 1960; y, ocho años más tarde, serán los buses urbanos de Vitrasa los que empiecen a recorrer la ciudad.

Ya en los años setenta, y luego de la pérdida de varios edificios emblemáticos motivada por el mal llamado “desarrollismo”, Vigo verá culminada su involución arquitectónica con las construcciones del hotel Bahía, la torre en la isla de Toralla y, por supuesto, la nueva sede del ayuntamiento, en la actual plaza del Rey.

Por suerte, lo que también acabará en 1975 será la dictadura, y con el regreso de la democracia también volverá la luz a Vigo. Muy especialmente en los años ochenta, con la explosión de toda una especie de movimiento contra-cultural que todos recuerdan como La Movida. Bueno, todos, excepto aquellos que participaron activamente en ella, claro. Como ellos mismos dicen, si recuerdas algo de los años ochenta ¡es que no los viviste a tope!

La década siguiente la inauguró la mismísima Madonna, con un concierto en Balaídos desde el cual la camiseta celeste jamás ha vuelto a sentarle tan bien a nadie. Ni siquiera a Gudelj, Karpin ni Mostovoi, los pilares de aquel Celta que en los años noventa dejó tantas alegrías sobre el verde de Balaídos.

Llegó el siglo XXI, llegó la fibra óptica a la ciudad, y, con la conclusión del proyecto “Abrir Vigo al mar”, también llegó el momento en el que dejamos de ver el mar hasta justo un segundo antes de caernos en él… Ah, y también fue a mediados de esa primera década cuando se hizo por primera vez con la alcaldía una joven promesa de la política española llamada Abel Caballero, ¿les suena?

Hoy, Vigo es otra ciudad, muy diferente a aquella de la que les hablaba al principio de este paseo. Una ciudad moderna, abierta, plural y cosmopolita. Pero también es una ciudad muy parecida a aquella a la que nos asomábamos el 3 de noviembre de 1853. Una ciudad orgullosa de sí misma, de su gente y de su historia. De su luz… La misma luz que, desde entonces, jamás ha dejado de brillar desde este su FARO.