Especial 170 ANIVERSARIO

El olor de la madrugada

feijoo

feijoo

Escritor y músico

El FARO siempre ha estado presente en mi vida. Desde el principio. De hecho, no solo me refiero al “principio” de mis días, allá por el otoño de 1975, sino en realidad al principio en sí mismo de cada uno de esos días. Y es que es precisamente eso, el olor del periódico recién imprimido, aun con la tinta todavía fresca sobre el papel, el que regresa con fuerza a mi memoria cuando pienso en aquellos días de los que les hablo. El olor del FARO, cuando todavía era “el periódico de mañana”, entrando por la puerta de aquel piso cada noche. De hecho, y si tuviera que resumirlo en una sola frase, el de aquellos ejemplares en los que todavía se podía sentir la vibración de la rotativa era, para mí, el olor de la madrugada.

Aún es hoy que me sigue costando creer que haya alguien a quien de verdad le pueda interesar nada de lo que yo pueda contar. Tanto es así que, después de ya casi cuatro años colaborando con orgullo en las páginas de este periódico, todavía sigo temiendo el momento en que su director se dé cuenta de que soy una especie de impostor, un sinvergüenza que, como el mal protagonista de alguna de aquellas comedias románticas de los años noventa, se ha colado en una fiesta que, en realidad, no es la suya. Y sin embargo… De vez en cuando uno da con la combinación de teclas adecuada, consigue alinear las emociones en algún orden más o menos correcto y, al final, y por alguna razón que escapa a mi entendimiento, a día de hoy el señor Garrido no solo no me ha despedido sino que, además, me invita a aparecer en este suplemento en el que –entre ustedes y yo– tanta ilusión me hace figurar, por algo que luego verán. De modo que, si a estas alturas aún se preguntan a qué demonios se debía aquella relación “aromática” entre el decano de prensa nacional y un servidor de ustedes, dejen que les siga contando…

Ya lo he confesado unas cuantas veces. Pero si en algún lugar hay que repetirlo, es desde luego aquí: yo soy nieto de Manuel de la Fuente, uno de los viejos periodistas de esta casa, perteneciente a aquella generación de nombres y plumas que, en un tiempo anterior a este, contribuyeron a seguir haciendo grande esta cabecera. Armesto Faginas, Iglesias Viqueira, Marisa Real, Cameselle, Xesteira, De Arcos, Vence, Magar… Hombres y mujeres de otra escuela, de otra pasta, a los que –me consta– se les sigue recordando con gran cariño. Y sé que, por su parte, a mi abuelo nada le haría más ilusión que ver su nombre recogido en la celebración de los 170 años de la que siempre sintió como su verdadera casa. De modo que, si hay que repetirse, ningún espacio mejor que este.

Mi abuelo, Manuel de la Fuente, me convirtió casi en el primer lector que el FARO tendría en toda la ciudad

Pedro Feijóo

— Escritor y músico

De la Fuente llegó de su León natal a este FARO en 1951, y ya nunca se iría. No sé exactamente en qué momento preciso comenzó a hacerlo, pero, desde luego, durante toda la carrera que yo le conocí, Lolo, Delafú, siempre trabajó en la redacción en el turno vespertino. Entraba a media tarde y su jornada terminaba con la puesta en marcha de la rotativa y la salida del primer ejemplar, apenas unos minutos pasada la medianoche. Súmenle ustedes a esto el hecho de que mi abuelo no sintió en toda su vida el más breve interés por la cosa de la conducción automovilística, a tal punto que nunca tuvo ni coche ni tan siquiera carnet de conducir, lo cual está muy bien como principio, pero obliga a buscar una solución para poder desplazarte rápidamente desde el final de tu jornada laboral hasta tu apartamento, un café caliente y un buen descanso. Esa era la razón de que, casi cada madrugada, De la Fuente regresase a casa en la furgoneta del primer reparto. Y siempre, siempre, siempre, con el primer FARO debajo del brazo. Y allí estaba yo…

Lo recuerdo perfectamente. El sonido del ascensor, el ladrido del perro, la puerta abriéndose en la madrugada… Y ahí estaba: el olor del periódico entrando en casa. Fue una buena parte de mi infancia y otro tanto de mi adolescencia, madrugadas compartidas en las que mi abuelo me convirtió –con el permiso de los técnicos y operarios de la rotativa de Chapela– en el primer lector que el FARO tendría en toda la ciudad. 

Hace setenta años, Manuel de la Fuente firmaba uno de los artículos que conmemoraban el primer centenario de FARO D EVIGO. Estoy seguro de que esta noche, allá donde esté, a mi abuelo le encantará percibir en el aire el olor de esta celebración, la de FARO, más vivo, moderno y capaz que nunca, abriendo las madrugadas de la ciudad…