Hacía la friolera de 25 años que Loquillo no actuaba en Vigo, y en el ambiente se notaba. Aunque el auditorio del Palacio de Congresos Mar de Vigo no se llenó, presentaba un aforo entregado, expectante, e intergeneracional. Es lógico, Loquillo es historia del rock nacional, su legado en los 80 al frente de los Trogloditas ha dado a nuestra cultura popular varios himnos, y su figura escénicamente imponente queda como una de las grandes del rock en español. Una de las más grandes, entre el rock de bulevar chungo, el cantautor culto, el personaje mediático comprometido, ácido e inteligente, y el moldeador de canciones incontestables.

Su universalidad y amplitud de matices se reflejó en su público, en el que tanto vimos a rockeros de pro, de tupé orgulloso, como a modelo "gente bien". Ochenteros que vivieron la movida viguesa, chavales de flequillo indie, padres, hijos y hasta algún abuelo nada despistado.

La música que amenizaba los minutos previos fue una pista del estilo que venía a bordar Loquillo. Rock poderoso, contundente. Cuando se apagaron las luces comenzó el rock. La banda se ubicó en sombras y pronto abrió "El creyente" que titula su último disco, un directo. La gente se fue al primer segundo al "foso", porque Loquillo se ve, se escucha, pero sobre todo se siente.

Acompaña al cantante un sexteto que logra un sonido poderoso, con una batería a plomo y un juego de guitarras contundente pero preciosista. Aunque el eje, la estrella de ese sistema era, claro, el cantante. Difícil encontrar un artista nacional con su carisma sobre las tablas. Totémico, arrebatado pero nunca histriónico, y haciendo suyo cada rincón del escenario y sin "buenrollismos" huecos.

Sonaron y bordaron temas como "Memoria de jovenes airados" y el delirio llegó con "El rompeolas". Hay que ver a Loco en directo para comprender su categoría, ahí, elegante de negro, chulo el ademán, echándose un pito mientras deshoja himnos inmortales de su cancionero... No hay más análisis posible: Loquillo "lo tiene" y se acabó, pero donde evidentemente triunfa sin paliativos es en la recta final del show, un encadenado incontestable de clasicazos como "Carne para Lidia", "Feo, fuerte formal", "Tengo una banda de rock and roll", o una apoteosis, "Cádillac solitario". En definitiva, hay una esencia, y Loquillo la tiene a sacos.