"No tenemos ni idea de lo que falta todavía por descubrir en Egipto", dijo ayer el egiptólogo Nacho Ares, que habló en el Club FARO de momias y vida eterna. Este experto, director del programa SER Historia y reportero de Cuarto Milenio, explicó los métodos de momificación y algunos de los principales descubrimientos de momias, desde el que ha servido de base para su última novela histórica, "El sueño de los faraones" (Grijalbo), a finales del siglo XIX, hasta el realizado hace unos meses por el científico español del CSIC José Manuel Galán en Lúxor. Ares recordó que no se sabe dónde están las tumbas de Amenofis I, Ramsés VIII y Nefertiti, entre muchas otras. "En el Valle de los Reyes, la única forma de saberlo sería coger una escoba y barrerlo todo", señaló en el coloquio posterior a su conferencia.

Autor de dieciséis libros, diez de ellos dedicados a la cultura egipcia, Nacho Ares (León, 1970) es licenciado en Historia Antigua por la Universidad de Valladolid y certificado en Egiptología en la Universidad de Manchester.

Su última obra novela el descubrimiento del mayor escondite de momias reales en Deir el-Bahari, frente a Lúxor (Egipto). La tumba, también conocida con la clave DB320, data del año 969 a.C. Fue descubierta por una familia local, la Abderrassul, que dio con un agujero de 13 metros de profundidad y una galería de 70 metros de longitud practicada en una montaña. En su interior se hallaron cerca de 40 cadáveres, algunos de ellos guardados en ataúdes de hasta tres metros de altura. La aparición de piezas de este escondite -como las estatuillas funerarias, llamadas ushebtis- en el mercado negro puso sobre aviso a los investigadores, y fue posteriormente el egiptólogo alemán Émile Brugsch quien dio con el sarcófago del faraón Ramsés II. Había sido trasladado a ese escondite después de que la tumba original fuera saqueada. "Era un ataúd relativamente modesto de madera -explicó Ares-. Brugsch debió de quedarse ojiplático al descubrir el nombre de Ramsés II allí".

Además de Ramsés II, aparecieron también las momias de Seti I, Ramsés I y Ramsés III, en cuyo cadáver se basó Hollywood para caracterizar a Boris Karloff en la película "La momia" (1932). Y así hasta 40 momias, algunas de ellas no identificadas. Ares destacó que los de este escondite "son sarcófagos casi de segunda", lo que contrasta con los de otros como Tutankamón, faraón que fue menos importante en la historia de Egipto.

Momificación

Ayudándose de imágenes, el egiptólogo leonés explicó los distintos procesos de momificación, algunos de los cuales ya fueron descritos por Heródoto en el siglo V. Subrayó que estos métodos no tenían como único objetivo la conservación del cuerpo, sino también "que las entidades espirituales tuvieran un soporte físico para asentarse". De ahí la colocación de estatuillas funerarias, los citados ushebtis, que sustituían al difunto en la vida eterna.

Hoy se utiliza el TAC (tomografía axial computerizada) para conocer el contenido de los sarcófagos sin necesidad de abrirlos.

El principal método de momificación se basaba en la extracción de las vísceras. Con ellas se eliminaba la humedad, que es la causa de la putrefacción. Sacaban el cerebro por la nariz y rellenaban el cráneo con tejidos empapados en ciertos aceites. El proceso duraba 70 días y estaba perfectamente extructurado, con elementos mágicos. El corazón, donde se pensaba que residían las emociones y la moral, era sustituido por un escarabajo, que a veces era de oro y era robado por los saqueadores de tumbas.

Hacia el 3.000 a.C. se utilizaba también el enterramiento en arena, que hacía de secante natural. Otro método consistía en sumergir el cuerpo en una solución de natrón, una especie de sal que absorbía la humedad de los tejidos. La momia se introducía en un sarcófago y las vísceras se guardaban en vasos aparte.

Nacho Ares destacó que "el sueño de los faraones era trascender a la vida eterna", y que "esa trascendencia residía en que nosotros recordáramos sus nombres", por eso las inscripciones -algunas de las cuales fueron colocadas erróneamente en los traslados a los escondites- eran lo más importante. "Ni en el mejor de sus sueños imaginaron los faraones que en Vigo, 3.500 años después, habría hoy gente recordándoles por sus nombres", concluyó Ares.