Les une un diagnóstico parecido, que varía entre el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDA-H) en grado muy elevado, el trastorno disocial y el negativista desafiante. Todos comparten también historiales marcados por un sinfín de expulsiones, enfrentamientos con la familia o coqueteos precoces con la delincuencia. Pero a estos niños les une además el deseo de encontrar un lugar en el que les comprendan, les ayuden a encauzar ese comportamiento que les separa del mundo y les den la oportunidad de tener un proyecto de futuro.

Catorce chavales de entre 9 y 18 años, con trastornos graves de conducta, han encontrado su lugar en el Colegio Público de Educación Especial C.E.E. de Panxón, el único de toda Galicia de estas características que posee los ciclos de Primaria y Secundaria. En Santiago hay otro centro, el CEE O Pedroso, pero que solo tiene el grado de Secundaria.

"Empezamos en 2010 desde cero, con un gran apoyo de la Xunta, creando un colegio a partir de las instalaciones de una antigua residencia de alumnos; vamos poco a poco añadiendo cosas nuevas, ideando proyectos, buscando alternativas, pero aún nos queda mucho por hacer", explica María Teresa Rivas, directora del centro y orientadora. En este momento hay cuatro niños de primaria (que empezó este mismo curso) y diez en secundaria, queda solo una plaza libre ya que el máximo de alumnos por aula es de cinco.

El proyecto educativo implica que los menores permanezcan en el centro internos de lunes a viernes. "Los alumnos salen de aquí con su título de graduado, exactamente igual al de un colegio ordinario, pero más allá del aspecto curricular lo que nos interesa es lograr que adquieran las habilidades sociales necesarias para poder integrarse en la sociedad", explica Rivas. Para ello, advierte la directora, "es esencial la labor que desempeñan las educadoras, que están con ellos por las tardes y van logrando poco a poco que los niños adquieran unas pautas y acaten unas normas de conducta, de higiene, de socialización...". Sin embargo, para los padres a veces es complicado dejar a los niños en el centro, sobre todo los más pequeños. "Hay que tener en cuenta que los padres llegan muy afectados emocionalmente, desesperados y desorientados, con la pregunta continuamente en sus cabezas de ¿qué hice mal? Algunos padres tienen una sensación de abandono, pero cuando llega el fin de semana y ven que el niño pone la mesa, que no grita como antes... empiezan a ver que pueden llegar a tener una vida familiar, algo impensable hasta entonces, y se alegran", relata la directora.

Y es que estos niños llegaron al centro después de muchas expulsiones de otros colegios en los que su comportamiento hacía imposible que el resto de los alumnos pudiera seguir su educación. "Los expulsan por pegar, robar, contestar espantosamente, no ir a clase... En estas situaciones se solicita la intervención del equipo de orientación que analiza el entorno y al propio niño y decide si es aconsejable un centro de este tipo", describe Rivas. El hecho de que los niños estén internos no significa que los padres se desvinculen de ellos, sino todo lo contrario: "La implicación de las familias es esencial para que esto funcione", advierte.

Las peleas son muy habituales en las aulas y hay un guardia de seguridad presente siempre que varios niños están juntos. Hay comentarios desafiantes, golpes en las mesas y actos impulsivos que los docentes controlan con destreza. Pero llama aún más la atención el cariño con el que tratan a los alumnos y lo mucho que ellos agradecen estos gestos. "La implicación es muy grande, es inevitable, y nos convertimos casi en una familia", coinciden.

La directora y todos los profesores remarcan el objetivo final del centro: la inclusión. Y esa integración comienza en el propio centro ya que, lejos de ser un gueto comparte los patios exteriores y el pabellón con el CPI de Panxón, ubicado justo al lado.