Aunque afirma que es un "corazón andariego", como el título que le ha puesto al libro que presentó ayer en Santiago, Nélida Piñón defiende que "la comprensión de los orígenes no es un hecho desdeñable". De niña, pasó dos años en Galicia, en tierras paternas, que la marcaron profundamente, y fueron sus padres Carmen y Lino, y su abuelo Daniel, originarios de Cotobade, quienes la impulsaron a lograr su sueño desde que era niña: ser escritora. En "Corazón andariego" da gracias a la vida y, sobre todo, a esa familia que le dio amor y la ayuda que necesitaba a través de un relato autobiográfico en el que narra cómo se forjó esa vocación.

–Su obra mezcla memoria y creación, dice usted. ¿No es toda autobiografía eso?

–Toda memoria es creativa porque depende de la fragilidad de la propia memoria. La memoria no copia, no es mimética, no reproduce. Te da subsidios con los cuales se tiene una idea de lo que se vivió. Es tremendamente imprecisa.

–Dice que el privilegio del escritor sería inventar sin sanciones morales. ¿No hay censura?

–Puede existir cuando no se no sabe en qué medida se es víctima de un prejuicio, del miedo, esa es inevitable. No siempre la selección de lo que debe quedar en un texto es censura. Puede ser una opción estética, que busca dar una emoción al texto. Se aparta aquello que incomoda a la grandeza del texto. En el caso de las limitaciones morales, caso el escritor no debe tener "escrúpulos" morales o miedos morales, religiosos, para escribir.

–Habla mucho de la memoria. Dice que fue bendecida por los recuerdos. El olvido entonces ¿es una maldición?

–No, pero puede ser una defensa porque no se soporte convivir con un determinado hecho que te hiere. En el Eclesiastés hay una insinuación de que recordar es un acto de vanidad. En mi caso me gustaría no olvidar, pero sé que es inevitable hacerlo.

–Hace mucho énfasis en su oficio. Dice que hizo del verbo su razón de ser y que toda la vida pasa por el tamiz verbal. ¿No es una visión determinista del lenguaje?

–No lo veo así porque la palabra es muy rebelde. La palabra tiene un aspecto poético y lo poético es desordenado, desmedido, no puede ser controlado. Es llama. Pero depende del uso que se haga de ella.

–Tal vez los escritores sean más bienaventurados por poder manejarlas...

–No creo. La palabra del escritor está a servicio de un texto que pertenece a la comunidad humana. Lo que hace que el lector acepte o no un texto es algo colectivo, no un fenómeno individual, una colecta de sensaciones de vida de nuestra humanidad. Si no, la literatura sería esquizofrénica, neurótica, cansaría y no estremecería el corazón de las gentes. La obligación de un escritor es seducir, crear la imagen de la ilusión para que el lector acepte aquella obra como si fuese suya.

–En eso de la seducción, dice en el libro, tiene una deuda con su abuelo, que la enseñó.

–La seducción no es algo espurio, para cosas terribles. No, es un homenaje a alguien, a la vida. Porque cuando se seduce a alguien, se le reverencia, se la legitima. Es una pauta agradable en lo cotidiano y la estamos perdiendo. Nos estamos acostumbrando a no cumplimentar ya a las personas. Se pierde la cortesía, el urbanismo, y la delicadeza que aprendimos como un contrapunto de la barbarie.

–-Cuando tenía 10 años ya estaba convencida de la que sería su profesión, aunque una adivina le dijo a su madre que ese era no era su destino. ¿La voluntad ganó?

–Más que una cuestión de obstinación, lo que hice fue seguir un deseo profundo. Si eso conformó un destino, no lo puedo decir. Creo que todo se confabuló a mi favor, porque era mi padre quien quería, mi madre quien quería, y toda mi familia quería. Después fue la pequeña comunidad afectiva la que tuvo fe en mí y después fueron apostando por mí otros. Soy muy deudora.

–Asegura que todo se lo debe a la literatura.

–Y digo más: la literatura no me debe nada a mí. La literatura me ha dado todo y yo aprendí con ella, además de con la vida inmediata, todo. Porque la literatura es vida. La literatura está a la altura de la vida.

–Después de conocer Galicia afirma tener el deber de interpretarla hasta el fin de su vida. No obstante, en este libro confiesa que pasa algunos veranos en Cataluña. ¿Por qué no en tierras gallegas?

–Al conocerla me enamoré de Galicia, pero son las circunstancias profesionales y las facilidades las que impiden que esté. Si fuese una campeona que pudiera comprar una casa deslumbrante aquí, lo haría. Vengo mucho a Galicia y hablo con mucha pasión de ella, pero voy a Cataluña porque mi agente literaria, Carmen Bacells, es una gran amiga y me quedo en su casa. Es como una familia. Su tercera nieta lleva mi nombre.

–Abrazó la imaginación como el amor mismo. ¿Es una amante agradecida?

–No imagino mi vida si imaginación. Es un bien, un don. Pero no nace del vacío. Aunque la tengamos, puede ser una pobriña porque no se le dio caldo. Precisa de saberes, de antagonismo. Para mantenerse en pie precisa alimentarse. Es un regalo.

–De pequeña le gustaba fantasear con ser otra persona. ¿Y ahora?

–Ahora ya no lo hago. Me gustaría. De niña pasaba un tiempo pensando en ser otra. Tenía la sensación de que repente podría entrar en una casa que habría de cambiarme para siempre, ese aspecto heroico. Pero ahora ya no. Son buenos los recuerdos de esos sobresaltos. Siento la nostalgia del sobresalto. Aunque ahora busco paz y serenidad, adoraría un sobresalto, un sentimiento inesperado que me arrebate.