En el huerto de Carlos Rodríguez, en Moreira (Ponteareas), los girasoles tienen cuatro metros, las espinacas boloñesas superan los dos y el maíz es enorme. A las plantas se les da por crecer como si estuviesen entrenadas para ello a pesar de que el propietario les priva de fertilizantes sintéticos porque quiere concebir su huerto como ecológico.

A sus 40 años, Carlos es un hombre postrado en una silla de ruedas. A los veinte, una zambullida en el mar le causó una tetraplejia que ha transformado su vida en un viaje constante hacia la superación y en una lucha contra las barreras, no sólo las arquitectónicas "sino también las sociales", apunta.

Hace tres años que vive en el campo, en una casa con una finca de mil metros cuadrados. En ella comenzó un proyecto para convertir el jardín en huerto ecológico adaptado. "El trabajo fue intenso pues fue necesario construir un camino para poder pasar con la silla de ruedas, jardineras a la altura para que pueda acceder a las mismas y diseñé herramientas de aluminio adaptadas a mi limitación física para trabajar la tierra", añade.

Carlos apenas mueve los dedos de la manos, por lo que decidió diseñar y adaptar un guante de cuero para poder sujetar las herramientas, "ya que con la debilidad de los dedos no puedo". Reconoce que le costó coger las mañas y adquirir conocimientos pero al final "con esfuerzo y perseverancia logré cultivar mi huerto ecológico como quería". Lo explica con pasión, sin dejar de mencionar que el guante diseñado tuvo que ser rectificado más de diez veces gracias a la colaboración y paciencia de un zapatero. En el huerto cultiva algunos frutos subtropicales y gran variedad de plantas medicinales –que es su principal afición y sueña con que será su oficio en el futuro–. Entre los logros destaca la adaptación de subtropicales como limoncillo y lulo de Colombia, entre otros.

En la novela de "Los viajes de Gulliver", de Jonathan Swift, escrita hace casi 300 años, se narran las increíbles peripecias de un hombre que se encontraba con culturas extrañas y que siempre le hacían diferente y recordamos de ella que a veces era gigante y a veces era pequeño, dependiendo de quien estuviera enfrente. Sin pretender buscar paralelismos, en ese pequeño huerto de Moreira, Carlos se nos antoja un gigante caminando sobre ruedas.