La semana, hasta el jueves que escribo, había aportado ya tanto material informativo como para escribir mucho más del espacio que disponemos. El martes se había visto lo que no debe ofrecerse en una plaza de toros como Las Ventas, con El Juli y Castella de máximos irresponsables; el día siguiente se fijaba el foco de la fiesta de los toros en Bruselas para defender el derecho que tenemos los españoles a presumir del toreo -del que practican los toreros como José Tomás, como el que quiere hacer Cayetano, y como el que siente Morante-; se había vivido con regocijo cómo el hijo menor de Paquirri y Carmina seguía fiel a sus ancestros dando muestras de lo firme y decidido que hay que estar para predicar con el ejemplo las esencias del toreo de máxima expresión, de belleza sin igual y, en fin, el jueves, se vivió con auténtico recogimiento el juicio que dictó sentencia a favor de José Tomás como sumo sacerdote del arte de torear. Mucho bueno para disfrutar dos veces, al verlo y al contarlo.

Alternativa. Para Cayetano Rivera Ordóñez, su presentación en Madrid era, tenía que ser, la confirmación de alternativa y de mucho más. También la confirmación de que posee condiciones para creer que el toreo tiene tanta variedad de formas como sentimientos pueda provocar la actitud de un torero que se ofrezca con sinceridad, dando el pecho a la verdad tangible de la bravura de un toro de casta.

Quienes hemos tenido el privilegio de estar próximos a Cayetano desde que un día tomó la decisión de hacerse torero, conocemos las dificultades que ha tenido que superar, de los muchos desvelos que en momentos le han debido atenazar y, sin embargo, los ha superado con nota. Cierto, porque es de justicia, que ha contado con un mentor, su tío Curro Vázquez, que merece capítulo aparte. Luego, delante del toro, todo el mérito es propio, de su empeño en querer escribir su propia página en la inmensa tauromaquia familiar.

Para su primer paseíllo en Las Ventas, Cayetano lo preparó todo con esmero, con sumo cuidado. Avisó a las personas que no quería que dejaran de visitarle en la habitación del hotel mientras se vestía -su tío Pepe Ordóñez, Curro Romero, Espartaco, Raúl Gracia "El Tato", entre ellas-; eligió el vestido de torear, negro y plata, como signo de la discreción que preside su vida pública y privada; quiso que la Esperanza de Triana, santo y seña en la vida religiosa de la familia Ordóñez/Dominguín, le acompañara en tan señalada fecha haciéndosela grabar en el impresionante capote de paseo que lució y que luego depositó en la barrera que ocupaba la ganadera Silvia Camacho, amiga de la familia; quiso que en el callejón no le faltara el aliento de su hermano Francisco... nadie le falló. Él tampoco ante el toro "Pesadilla", de Núñez del Cuvillo, con el que recibió la borla de doctor y, ya liberado de tanta presión, con el sobrero de Victoriano del Río, logró abrirse crédito de torero impresionante. Su padrino, Morante de la Puebla, con un quite de alta escuela y mucho sentimiento, entró por derecho propio en la historia de una corrida que se recordará como la de la confirmación de Cayetano. Pena que Manzanares no tuviera suerte. La temporada sigue.

José Tomas. Que a todo hay quien gane es tan evidente que resulta tedioso mencionarlo. Pero si nos referimos a José Tomás, a la forma sincera, profunda y comprometida que tiene de torear, a la forma de encarar la lidia de toros con cuajo y astifinas defensas, al modo como presenta su alma de torero sincero y cabal a los públicos, de la seriedad que imprime a su paso por la vida artística -la privada es cosa muy suya-; si nos referimos a cuanto el público que abarrotaba el pasado jueves Las Ventas del Espíritu Santo, pudo presenciar; si se analiza su actuación ante los toros que le correspondieron de Victoriano del Río y en el conjunto de la lidia, quites incluidos; si se valora la reacción de la plaza; si se le pone peso a las voces que coreaban el ¡torero!, ¡torero, ¡torero! que suele avalar comportamientos de suma trascendencia, si todo esto se pone en la balanza de lo tangible, es muy difícil encontrar a alguien que le supere.

Eso deben saberlo quienes han comprobado con cierto estupor cómo José Tomás volvía para cerrar alguna cuenta que se dejó pendiente cuando en la temporada 2002 dijo hasta luego, que no adiós. Que su reaparición no era para convertirse en recaudador de dividendos, como cuatro críticos mercachifles le han querido achacar, sino en recaudador legítimo de ese prestigio que entre unos pocos, alguna conocida figura ya ha anunciado de tapadillo su renuncia a la plaza de Madrid, le impidieron conquistar alineándose con el poder económico en lugar de defender la dignidad profesional, la dignidad del toreo, la dignidad de esa religión que sólo pueden abrazar quienes están dispuestos a llegar al límite del sufrimiento para convertirlo en gozo propio y de quienes creen en él. La religión, digo, nada más y nada menos, que del toreo puro, del que cada tarde juega a crear belleza y emociones sin trampa ni cartón. Del toreo que ha hecho que España sea algo más grande y que tengan cabida incluso los mercaderes de sentimientos, que se olvidan ahora que son ellos los cobradores del frac que se dejan "coger" por el toro de sus miserias. Tiempo habrá para seguir profundizando en las reglas del toreo verdadero.

Pero ahora hay que detenerse para disfrutarlo y saborearlo recreándose en los recuerdos que cada uno fue capaz de almacenar en su alma de aficionado, la tarde ya histórica que hizo vivir a los 24.000 privilegiados que pudieron hacerse con una localidad el pasado día 5 de junio. Fue la tarde en la que el gran tribunal de la afición limpia de prejuicios, dictó sentencia manifestando que por encima de los intereses espurios, acaba prevaleciendo la verdad, aunque para lograrlo haya que esperar seis largos años.

Cuando apareció por la puerta de cuadrillas no recibió un reconocimiento enfervorecido como el vivido en Barcelona hacía un año menos doce días. Se le ovacionó y se le respetó de salida. Hasta que las cuadrillas no estaban en el callejón, no se reclamó su presencia con una cerrada pero breve ovación, que recibió desde los medios. Todos en guardia. Unos dispuestos a empujarle hacia la gloria, otros, los menos, hacia el infierno. Ganaron los primeros. Ganó el toreo. Y José Tomás, claro. Fue después cuando a golpe de corazón fue templando nervios y capote. Su tarjeta de presentación la hizo con un ajustado quite por gaoneras al toro de Javier Conde, hondo, ancho de sienes y astifino. Primera ovación. Después, con la muleta, subió el ajuste y también la templanza, hasta hacer que su primer toro rompiera hacia delante permitiéndole cuajar una faena arriesgada, de trazo macizo, largo y profundo. A partir de ahí, había menos dudas de la auténtica dimensión de este reaparecido JT. Más toreo largo, más temple y remate, más verdad... hasta culminar una tarde para el recuerdo pero también para hacerle justicia a una figura del toreo que se propone, sobre otras cosas, que se respete esa profesión que tanto dolor y tanta gloria ha repartido y sigue repartiendo por el mundo que la entiende y la comprende. Amén.