Mientras Pontevedra lleva ya varios años asistiendo al crecimiento de los espacios de coworking, las nuevas tendencias en la economía mundial todavía despiertan polémica y enfrentamientos. En el fondo late un cambio de paradigma que trata de abrirse paso. "Lo importante no es el conocimiento sino el uso que se hace de él", señala África Rodríguez de Arroelo.

La economía colaborativa, en las diferentes gradaciones y estilos que abarca, nace de la idea de compartir para beneficio mutuo. Algunos expertos emplean el término para aglutinar tendencias nacidas en el periodo de crisis, tales como la cocreación o el coworking. Algunas de las empresas que con más profundidad se han introducido en su filosofía propugnan una nueva síntesis de valores. "Han incluido en sus misiones el valor sostenible como objetivo estratégico, además de las sinergias alcanzadas, los bajos costes de estructura, la utilización de la tecnología colaborativa, permiten ofrecer servicios de alto nivel a costes asumibles", indica el profesor del Posgrado en Gestión Empresarial de la Innovación de la Universidade de A Coruña, Guillermo Taboada, en su artículo en mundiario.com.

No todo es, sin embargo, aceptación con las nuevas tendencias. Las dificultades para su regularización han despertado grandes polémicas. Aplicaciones como Uber, que ofrece a sus clientes una red de transporte, son contestadas por los gremios afectados, como el de los taxistas. Mientras se encuentra un modo de encajarlo en las regulación de cada país, todavía en una fase muy primitiva, han pasado ya cinco años desde que la revista Time declaró a la economía colaborativa como una de las ideas llamadas a cambiar el mundo.