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Parada y vida al pie de una estación

Ocho parejas de Paraguay, Portugal, Cataluña o Italia viven y crían a sus hijos en las casas de Renfe rehabilitadas por el Inorde en Vilavella, en lo que antes era un páramo

Estación de Vilavella. Entre las vías y el cielo solo ruge en horas de oficina, la paleadora que prepara suministros para las obras del AVE el resto es silencio. A dos kilómetros Vilavella pueblo, a diez A Gudiña a unos doce A Mezquita.

Pero a escasos metros de esa antigua estación de tren y museo ahora cerrados, que el Proyecto Estaciones trató de convertir en su día en eje de desarrollo del rural más envejecido, hay ocho casas, en cuyas puertas se agolpan las bicicleta y los juguetes infantiles y disparan todos los índices de natalidad pues hay seis niños, algunos de corta edad, en solo ocho viviendas.

El proyecto de rehabilitación partió hace cinco años del Inorde, Instituto Orensano de Desarrollo, dependiente de la Diputación de Ourense, que consiguió la cesión por 25 años de unas viviendas abandonadas de trabajadores de Renfe, colindantes a la a estación de Vilavella, las restauró y las ofreció en alquiler a bajo precio, 150 euros al mes.

Los aspirantes debían reunir tres requisitos: tener trabajo en el municipio, algo que estaba asegurado en la mayoría de los casos por el empuje que tenían entonces las obras de la línea del AVE, estar empadronados en ese concello y no tener ninguna casa a su nombre.

"Este año nos vence el contrato de cinco años y tenemos toda la esperanza de que los renueven, porque aunque es cierto que tienes que depender del coche para todo, estamos muy contentos y es muy tranquilo criar a tus hijos aquí" dice Itsaso Vázquez.

Natural del País Vasco, tiene una clínica dental en Vilavella y al igual que la mayoría de las mujeres que se ha a "apeado" poéticamente hablando, en la estación de Vilavella fue por amor. "Me enamoré de un chico gallego y aquí me quedé a vivir", afirma mientras no quita ojo de Unax el hijo de ambos, de dos años y nacido en este poblado de Vilavella.

La juventud es el denominador común de la mayoría de las familias que aquí residen como Joana Rodríguez, de 28 años, lusa de nacimiento. "Viví en otros países durante toda mi vida pero mi última residencia fue Madrid, hasta que conocí a un gallego y me vine a a vivir a Vilavella. Él trabaja hace seis años en una empresa de molinos", indica en relación a los aerogeneradores "y no me gustaría irme de aquí", asegura. El mejor apoyo es saber que abres la puerta de tu casa "y te llevas bien con todos; vivimos muy tranquilos y además tengo trabajo en el pueblo. Hay más niños aquí casi, que abajo en Vilavella".

El corazón trajo también hasta aquí a otras dos mujeres del País Vasco "que como me ocurrió a mí venían de vacaciones de verano, acabaron enamorándose y se instalaron en estas casas", explica Itsaso. De hecho algunas de las parejas no se encontraban estos días en casa porque estaban de vacaciones de Semana Santa en el País Vasco

Anxo y Unax se disputan un caballo de peluche en el jardín que rodea a las vivienda. En cada puerta de casa con niños, hay juguetes depositados en la puerta. "Aquí las las viviendas están abiertas si estamos dentro; no pasan coches, vienen a buscar y traen a nuestros hijos del colegio. ¿Qué más se puede pedir?", explica Itsaso con un radiante brillo en la mirada. Han encontrado, trabajo y amor y una familia a muchos kilómetros de su lugar de origen. El mundo para ellos se llama Vilavella.

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