La doctora María Martinón Torres busca casos de raquitismo o escorbuto que han pasado inadvertidos en Atapuerca, tal como reveló en una conferencia que ofreció ayer en el Liceo de Ourense. El Grupo de Antropología Dental que dirige en el yacimiento burgalés está realizando una profunda revisión de los fósiles, que puede dar un vuelco a la investigación realizada hasta estos momentos, que apunta a las patologías e inflamaciones orales como las más comunes entre la población de Atapuerca, como el simple flemón que pudo acabar con la vida del homínido Miguelón, por persistir en el tiempo y transmitirse la inflamación al denominado "triángulo de la muerte" y a toda la cara.

María Martinón apuesta por realizar una revisión detallada del registro fósil para identificar signos patológicos que "probablemente se han interpretado como normales o han pasado desapercibidos". Por lo que señala: "Me sorprende que no se hayan diagnosticado todavía más casos de deficiencias metabólicas, cuadros como el raquitismo o el escorbuto que responden a deficiencias vitamínicas", teniendo en cuenta que "la dieta del Pleistoceno no era una dieta a la carta, estaba sujeta a la disponibilidad de recursos a los que era mucho más complicado acceder que en el presente, dependiendo del carroñeo y de la caza".

En su doble condición de médico e investigadora, María Martinón sostiene que las grandes enfermedades infecciosas que aquejan al hombre actual, como la tuberculosis, la sífilis, la hepatitis, la viruela, el tifus, la menigitis o la malaria "son una adquisición moderna y surgen después de la aparición de la agricultura, cuando existe una densidad poblacional suficiente para que esa enfermedad se mantenga y, sobre todo, una convivencia más estrecha con animales".

La ganadería, la domesticación y el contacto con primates salvajes "han posibilitado la transformación de algunos patógenos animales en patógenos humanos, a veces incluso de forma exclusiva", indica la directora del Grupo de Antropología Dental de Atapuerca. La ausencia de estas enfermedades en el registro fósil del Plioceno, el Pleistoceno Inferior y el Pleistoceno Medio "podría estar reflejando una ausencia real de estos cuadros en los homínidos, debido a una menor densidad poblacional y el desconocimiento de prácticas ganaderas o de domesticación".

María Martinón sostiene que el origen de estas enfermedades es "mucho más reciente". Considera que el florecimiento exponencial de estas infecciones en la humanidad se ha producido en los últimos 10.000 años. Sin embargo, admite que existen estudios genéticos sobre el Mycobacterium tuberculosis que sugieren que "ya sería un patógeno humano" hace tres millones de años. Pero la verdad es que en el registro fósil "no hemos encontrado señales de estas infecciones hasta la aparición de Homo Sapiens y en coincidencia con prácticas ganaderas y de domesticación". Por lo tanto, interpreta que "estas enfermedades son consecuencia de los avances culturales y tecnológicos de la humanidad. Somos más fuertes no porque padezcamos menos enfermedades, sino porque las hemos hecho crónicas, porque hemos aprendido a tratarlas y, la gran diferencia con otras especies humanas, hemos aprendido a prevenirlas". Y agrega: "El éxito de una especie se mide por la supervivencia, y en ese sentido el Homo Sapiens ha tenido un gran éxito y, además, se ha hecho excepcionalmente longevo, el más longevo de todas las especies humanas que han existido".

El estudio de las patologías en la evolución, según Martinón Torres, "pone de manifiesto que la medicina es nuestra mejor invención, nuestra mayor ventaja evolutiva, nuestra mejor arma, nuestro mayor éxito de supervivencia. No solo el tratamiento, sino también la prevención".

Este logro, que deriva en una mayor longevidad de la población, ha propiciado la aparición de cuadros degenerativos, "no solo articulares (osteoartritis, por ejemplo) sino también neurológicos, como las demencias". Hay líneas de investigación que "sugieren incluso que nuestro cerebro, no solo su tamaño, sino su forma particular, con una gran expansión de los lóbulos parietales, nos hace más susceptibles de padecer enfermedades como el Alzheimer".

Por otra parte, María Martinón destacó que los homínidos de Atapuerca practicaban el canibalismo de niños de las poblaciones del entorno, por motivos de supervivencia, para perpetuar la especie. El equipo de investigación no ha detectado signos claros de que hubiera patologías en los niños sacrificados. Por lo tanto, considera que se trata de "un canibalismo cultural, de comportamiento, de defensa, de marcar el territorio".

La directora del Grupo de Antropología Dental de Atapuerca explica que se trata de "un caso claro de canibalismo, contundente, que se aprecia en muchos restos óseos, sobre todo en individuos inmaduros". Aclara que "no se trata de un evento único, sino que se ha mantenido en el tiempo, en esta población, no ha sucedido solo una vez". Los investigadores no aprecian signos de que se trate de "un canibalismo ritual, como se puede entender hoy de tratamiento, pensando en nuestros mayores o de manera funeraria". Por el contrario, insisten en que se trata de "un canibalismo cultural, en el sentido de que caracteriza el comportamiento de este grupo". Están convencidos de que obedece a un "canibalismo defensivo, para marcar territorio y para asegurar recursos". Se trata de "una población que entra en competencia con otras tribus, y lo que hace es atacar a esas poblaciones".