Las Festas de San Martiño atraen cada año a miles de moañeses, que comparten el vino y la gastronomía tradicional con amigos y familiares y que disfrutan de la música en el casco histórico moañés durante varios días.

La parte más dura de una celebración reconocida en toda la comarca es la de los furancheiros, que trabajan a destajo para asegurar la diversión del resto y también para aprovechar este evento y lograr unos ingresos extra.

A media mañana de ayer ya estaban instalando de nuevo las mesas y preparando las tapas de comida. Aún no era el mediodía cuando los furanchos se empezaban a llenar. Algunos de los furancheiros apenas habían podido dormir dos horas. "La madrugada del viernes para el sábado estuvimos trabajando hasta las seis de la mañana", explican desde el Chiringuito San Martiño.

Más tiempo estuvieron trabajando incluso los furancheiros de las barras ubicadas bajo la carpa del atrio bajo. "Hasta las siete de la madrugada no pudimos ir a descansar. Pero llevamos muchos años y siempre es igual", recuerda una furancheira.

Eso sí, con respecto a otros años todos los vendedores de vino explican que en esta ocasión la afluencia fue menor durante los primeros días de venta de vino. "En cuanto empezaron las verbenas se llenó como siempre. Pero los días previos no había tanta gente. El primer fin de semana jugó en contra también el mal tiempo", aseguran.

En el gran puesto levantado con una carpa al lado de la antigua rectoral aseguran que cerraron la madrugada del sábado sobre las dos de la mañana, aunque para la pasada noche preveían mucho más trabajo "porque es el día grande, seguro que estamos como mínimo hasta las cuatro de la mañana".

Hoy deben realizar el último esfuerzo con la jornada final de las fiestas. Esperan agotar todo el contenido de los barriles para hacer cuentas durante el merecido descanso que les toca después de San Martiño.