Diferencias culturales sí, pero nada insalvable para tener una buena convivencia. "Al haber un alto porcentaje de extranjeros y que el trato con los catarís no es habitual, resulta fácil vivir sin distinción entre hombres y mujeres occidentales. Mi sensación es que nos respetan mucho", señala Andrea Freire, que vive en una urbanización a quince minutos de Doha con un alto porcentaje de españoles viviendo en ella. De todos modos, nada puede evitar que se produzcan situaciones llamativas. "Tengo una amiga que coincidió con un egipcio en el ascensor, él consiguió su correo electrónico a través de Linkedin y a la semana recibió una propuesta de matrimonio. Lo que para nosotros es impensable para ellos es normal", afirma la morracense.

La comida ofrece menos problemas, aunque la joven arquitecta reconoce que "echo de menos el marisco de calidad, pero en general puedes encontrar de todo en el supermercado y restaurantes de todo tipo", señala, antes de añadir que "incluso hay una tienda autorizada para la venta de cerdo para la población no musulmana". Algo distinto fueron sus primeros días allí, con "un millón de situaciones que, por desconocimiento, me llamaban la atención: ver a gente con la cara completamente tapada y que para comer y beber tienen que hacer malabares, etcétera".

A conducir, sin embargo, es más difícil adaptarse. "Cuanto más grande es el coche, más irrespetuosos son [risas]. Te dan luces para que te apartes de su carril y les dejes paso", afirma. Eso sí, la seguridad es absoluta, tanto que uno "puede dejar el coche encendido en la calle para no apagar el aire acondicionado y tener la completa certeza de que nadie te lo va a robar".