En la casa de José Santomé, en el barrio de Gandón, en Aldán, el cerdo se mata, desde por lo menos hace más de doce años, con una pistola de ganado. Acaba con la vida del animal accionando de un solo tiro un pistón de hierro que le da en el cerebro. Dos matarifes contratados -de Cangas y de Bueu- se encargaron del trabajo, que otros años realizaba un carnicero de la zona que en esta ocasión no pudo acudir. El ejemplar, de unos 200 kilos de peso, al que José llamaba "Fermín", "e creo que entendía por ese nome" , se crió en la casa desde mayo. José y su mujer Rosa Villar Soto lo compraron con cuatro meses en la feria de Mosteiro, a la que acuden desde hace unos años al comenzar la primavera, por los buenos resultados que siempre les han dado los cerdos de este mercado. José crió a "Fermín" bajo esa obligación de padre de familia de tener carne para casi todo un año. Así se realizaba de niño la matanza del cerdo en su casa y así la sigue haciendo, aunque ya las nuevas generaciones tienen más ganas de ver para otro lado que de fiesta en este día. Sus nietos trillizos, que tienen 7 años, escapan para no ver la escena del animal muerto y su abuelo se ríe. Desde que nació en 1949, él fue acostumbrado a matar el cerdo, cuando todavía se hacía desangrando a cuchillo con el animal chillando,. La matanza afortunadamente ha cambiado de escena, pero a costumbre de matar al porco seguirá con José. Es consciente de que criando y matando el cerdo en casa "sabemos o que comemos".

Antes que en la casa de este vecino, los matarifes estuvieron en otra vivienda en Aldán, una parroquia de Cangas en donde siempre se mantuvo muy arraigada la costumbre de la matanza y, que después de unos años de ir a menos, José dice que vuelve a recuperarse, "quizás pola crise", apunta. Este pasado fin de semana pudo haber matanzas en al menos diez casas de Aldán, afirma.

En la de José, siguen llamando fiesta al día de la matanza, de hecho mantiene la costumbre de reunir a varios vecinos que le ayudan en las tareas y a los que invita a comer. Ejerció toda su vida como cocinero en alta mar, primero en la mercante española y después en la altura, en donde se jubiló dando de comer a bordo de los barcos de la armadora Pereira, en Las Malvinas. En los barcos en los que navegó nunca faltó la carne de cerdo, que él sigue comiendo dos veces a la semana, ajeno a la mala fama que se la ha puesto al cerdo. Ayer, de hecho, saboreaba el hígado frito del porco que mató, con cebolla, pimiento y laurel. Disfrutaba del sabor como también lo hicieron el sábado con la comida a base de caldeirada de pulpo y bacalao "a miña maneira" , de esa manera que le dieron sus 44 años de cocinero, que preparó para sus vecinos, tras mata al animal y una vez colgado de las vigas.

A la matanza del sábado, en laque tras la muerte, se chamuscó al animal para quitarle el pelo, se le lavó y abrió para vaciarle las tripas y colgarlo de una viga, siguió el despiece del domingo, con los tres hijos del matrimonio -dos mujeres y un hombre- que le ayudaron para hacer las bolsas de carne -un centenar- con bistec, para guisar, para churrasco además del salado. El cerdo da para repartir para toda la familia, incluso para comer hasta verano, época para la que José reserva el churrasco.