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La historia de un fotógrafo rural · El artista

Una vida en imágenes

El estradense Manuel Castro Vilar capturó con su cámara parte de la historia local durante más de 20 años

Los Xenerais da Ulla. // Manuel Castro Vilar

Cuando la vio en el escaparate supo que tenía que ser suya. Era francesa. Estaba rodeada de otras cámaras pero aquel modelo de Photax le cautivó desde que posó en ella sus ojos durante un paseo por las calles de A Coruña. El estradense Manuel Castro Vilar se puso a ahorrar de inmediato para comprar la cámara fotográfica que lo acompañaría desde aquel 1940 y que, sin saberlo, lo convertiría en un fotógrafo rural que puso todo su talento en atrapar la vida diaria, lo cotidiano de un tiempo que sonríe cómplice desde sus fotografías.

Nació y creció en Carbia, en Santa Cristina de Vea. A los 18 años la Guerra Civil lo arrancó de su tierra natal. Estuvo en varios frentes, entre ellos Oviedo y Teruel, donde la noticia de que la contienda había acabado le pilló en la trinchera. Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial retrasaría su regreso a casa. Se quedó por Valencia y allí opositó al Cuerpo Nacional de Policía, si bien habría de renunciar a la plaza para acercarse a sus raíces. Llegó a Coruña como militar y fue paseando durante un permiso cuando habría de encontrarse cara a cara con su verdadera vocación. Le costó 60 pesetas de la época, una pequeña fortuna para la que tuvo que ahorrar un tiempo.

El primer carrete en formato 60x90 fue un fracaso, explica el hijo de este fotógrafo, Pepe Castro. Sin embargo, el dependiente de la tienda en la que lo reveló le animó y le ofreció unas cuantas nociones. Eran tiempos en los que la afición era especialmente cara, así que tuvo que poner todo su empeño. Al segundo intento logró todas las fotografías.

Las primeras imágenes de este estradense son de la ciudad de A Coruña, del cuartel en el que estaba y de sus compañeros. Sin embargo, durante sus permisos el tiempo se detenía para inmortalizar lugares y gentes de Santa Cristina de Vea. Cuando terminó la guerra ya tenía experiencia como fotógrafo y, a su regreso al hogar, los vecinos no tardaron en llamarlo para que hiciese retratos familiares y tomase instantáneas de diferentes eventos. Eran estos los inicios de un trabajo semiprofesional, que pronto haría extensivo a capturar fiestas, excursiones, romerías o tradiciones, como puede ser el caso de la de los Xenerais da Ulla.

Tras granjearse una fama como fotógrafo, comenzó a cobrar por su trabajo, labor que realizaba tanto en su parroquia como en las del entorno. Se llegó a plantear, relata su hijo, dar un paso más. El camino de la profesionalización pasaba por la instalación de un laboratorio en el que revelar él mismo las imágenes que su ojo experto apreciaba y su cámara apresaba. Se hizo con apuntes para el montaje e incluso tenía un socio, un vecino del entorno también aficionado a la fotografía. No llegaría a dar este salto.

Durante años este fotógrafo compaginó su pasión por la imagen con las tareas propias del campo. Sin embargo, su aspiración de continuar por este camino profesional se vio truncada, por decirlo de algún modo, cuando la oportunidad de tener un empleo estable llamó a su puerta. Le ofrecieron ser agente de una compañía de seguros y no pudo rechazarlo.

Sin embargo, este fotógrafo no dejaría de apretar el botón de su cámara, aunque fuese en calidad de aficionado. Hasta bien entrados los años 60 siguió fotografiando todo lo que sucedía a su alrededor. Pepe Castro, que desde hace tiempo se esfuerza por digitalizar todo el trabajo realizado durante años por su padre, comenta que la temática de este fotógrafo rural era muy variopinta. Entre sus negativos encontró paisajes de la zona, que muestran cómo era el valle del Ulla hace décadas y qué vista ofrecían montes de Cora. Encontró instantáneas del transbordador que desde el puente de Cora cruzaba el cauce del Ulla y otras que reflejaban el trabajo en un aserradero que en su día hubo en Santa Cristina, ambos aspectos desconocidos hoy por el común de los vecinos.

Las labores agrícolas también llamaban su atención. La recogida de las patatas o los trabajos para llenar el pajar son solo algunos ejemplos. No faltan las verbenas y romerías, con sus tradicionales procesiones, ni tampoco las imágenes que dan muestra de lo arraigada que la tradición de los Xenerais está en estas tierras, con sus engalanados protagonistas luciendo orgullosos a lomos de sus caballos.

Este fondo fotográfico tiene también piezas sobre grandes nevadas en la zona y deja constancia, por ejemplo, de la existencia en otros tiempos de una banda de música en Santa Cristina. Equipos de fútbol de la zona posaron también para Manuel Castro, al igual que muchas familias.

Pepe Castro destaca lo cuidado de la escenografía. Cuando hacía retratos nada en su composición era casual. Narra que dedicaba mucho tiempo a preparar y colocar a la gente. Si elegía un fondo era porque así la foto contaba mucho más. Le gustaba cuidar los detalles, tratando siempre de que la imagen tuviese un valor añadido.

Sin embargo, la vida acabó haciendo que la profesión de Manuel Castro Vilar fuese otra, restándole tiempo a la que verdaderamente era su pasión. Entre las últimas imágenes que tomó con aquella cámara Photax están los retratos que le hizo a su hijo pequeño.

Del archivo de este fotógrafo se perdieron muchas imágenes. Pero su legado es amplio. Su hijo calcula que, como mínimo, tiene un fondo de 1.000 negativos, a los que se suman las copias en papel. La mayor parte de estas instantáneas están ya digitalizadas. A sus 94 años, este estradense tiene mucho que aportar a la historia de A Estrada en particular y de Galicia en general. Él es uno de esos fotógrafos rurales que lograron poner a la realidad frente a su cámara, convirtiéndose en los más valiosos testigos de otros tiempos. El Seminario de Estudos Locais de A Estrada le dedicará pronto una de sus jornadas. Ahora le toca ponerse delante del foco.

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