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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Guerras de vino y verduras

El emperador Trump le ha declarado la guerra a China y al mundo en general; aunque la munición empleada por los bandos en conflicto se limite al uso de aranceles sobre el aluminio, las hortalizas y otros bienes de escasa o nula letalidad. Pero, aun así, habrá damnificados. Por ejemplo, los bebedores del vino que los chinos importaban por cisternas y ahora solo podrán catar los archimillonarios de Pekín.

Parece lógico. Las modernas batallas ya no se libran con tanques ni artillería, sino con zanahorias y lavadoras. Incluso con piezas de repuesto para el automóvil, que el Gobierno chino ha amenazado de gravamen en el caso de que Estados Unidos porfíe en su propósito de dificultar la entrada de productos extranjeros a su mercado.

A Trump, nacionalista de otro siglo, le gusta esta variante bélica. Tanto, que ha abierto las hostilidades disparando tasas de hasta un 25 por ciento sobre la importación, a las que se sumarán nuevas barreras en las próximas semanas.

"Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar", ha dicho con su habitual altanería el presidente USA. Igual lleva razón, aunque la Bolsa se le viniera abajo nada más decirlo.

Tuvo que ser el Gobierno chino, técnicamente comunista, el que le llevase la contraria al rey del mundo en este extraño juego de Antón Pirulero a la inversa. Daba gloria escuchar a un portavoz del régimen maoísta la encendida defensa del liberalismo (económico, claro) como "piedra angular" del sistema de libre comercio.

La apología del capitalismo sin fronteras la había hecho ya hace un año el presidente Xi Jinping, que es el reverso sonriente y discreto del iracundo Trump. Ante el foro de Davos -en la Suiza alfombrada de dinero- le recordó a su contrincante americano que todo el mundo sale perdiendo en las guerras mercantiles.

No se puede decir que el jerarca chino hablase de oídas. Desde que el Partido Comunista de Pekín proclamó solemnemente que "enriquecerse es glorioso", la portentosa conversión de China a la economía de mercado sacó de la hambruna a millones de habitantes de ese pobladísimo país. En menos de tres décadas, la potencia asiática escaló hasta el segundo puesto de la clasificación financiera mundial, a la vez que alumbraba una módica pero creciente clase media. Es decir: un inmenso mercado de compradores que solo Trump parece no tener en cuenta.

Más atentos a la vieja sabiduría de Confucio que a la de Marx, los herederos de Mao han llegado a la conclusión de que el comercio es la alternativa natural a la guerra. Permite el entendimiento entre los mercaderes, mejora la economía de todas las partes y, en general, establece lazos de interés -que son los más fuertes- entre los pueblos. ¿Para qué recurrir a los tanques si nos podemos bombardear pacífica y productivamente con verduras, coches o una lluvia de cerveza?

Lamentablemente, Trump no lo entiende así y, lo que es peor, manda mucho. De ahí que proclame la bondad de las guerras comerciales. Debería alegrarse, más bien, de que China haya obrado el milagro de inventar no solo la pólvora, sino también al comunista liberal, que viene a ser algo así como un Papa agnóstico. Pero ya se ve que no.

Peor sería, desde luego, que resucitase la vieja política de la cañonera en lugar de enzarzarse a tomatazos con los chinos y el resto del universo mundo. Aún tendremos que alegrarnos.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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