La última temporada de Black Mirror vuelve a exponer unos hipotéticos escenarios en los que el ser humano, tecnológicamente avanzado pero moralmente primitivo, se convierte en una víctima de su propia inteligencia; ha creado nuevas y efectivas computadoras, cediéndoles incluso el poder de decisión sobre las cosas más íntimas, y ha mejorado los soportes digitales, gracias a los cuales, además de trabajar y divertirse, se relaciona con otros seres humanos. El mundo, en suma, debería ser un lugar mucho más cómodo y, en cierto modo, más perfecto. Pero todas esas prestaciones y placeres no se adquieren sin padecer unos insospechados efectos secundarios. Los personajes acaban perdiendo el control; ciertas facilidades conllevan un riesgo. Por cada ampliación de capacidad (informática) aparece un retroceso (ético). Lo que distingue a esta serie británica de otras obras fantásticas es que en la mayoría de los episodios la especulación científica no es demasiado estrambótica. En ella se plantea una pregunta sencilla: ¿Qué ocurriría si fuéramos un paso más allá?

A pesar de que las tecnologías que se exhiben en la serie no se han desarrollado todavía en nuestra época, los hábitos que observamos en la pantalla (redes sociales, aplicaciones de móviles para citas, realidad virtual, videojuegos, etc.) sí nos resultan familiares porque son nuestros hábitos. El aparato o el programa que los protagonistas manejan es ignoto, pero la manera de lidiar con ellos es reconocible. En Hang the DJ, por ejemplo, los protagonistas están obligados a recurrir al "Sistema" -un banco de datos que contiene información sobre los perfiles de los usuarios- para encontrar a la pareja "ideal", es decir, la persona "más compatible". Para ello, los "tutores", basándose en unas personalidades construidas con algoritmos, guían a los pretendientes y les asignan unas citas de las cuales no pueden librarse aunque lo deseen, pues el "Sistema" diseña los noviazgos e incluso les confiere una duración específica a la que obedientemente deben atenerse.

La gente, en esta historia, parece que por fin se ha dado por vencida y delega la búsqueda del amor en una aplicación. Esto está ocurriendo ahora mismo, por supuesto. Sin embargo, en este caso el programa decide por ti porque se supone que sabe mejor que tú lo que tú realmente quieres. "Todo pasa por una razón", contesta el tutor cuando uno de los personajes se lamenta de algunas de las decisiones tomadas por el "Sistema". De ese modo, todos van de relación en relación, asumiendo el tiempo que se les impone en cada una de ellas y esperando a que llegue su pareja compatible "definitiva". El sistema es orwelliano. Totalitario. No pueden escapar. Esto también está ocurriendo ahora, claro. No existe nada ni nadie que lo imponga, de momento. Pero sucede. Uno se oculta detrás de una pantalla y envía mensajes porque no hay tiempo para ir a buscar todas esas cosas (el cariño, la amistad) fuera. Pero ¿qué ocurriría si fuéramos un paso más allá? De repente surge el terror en las solitarias noches de Tinder. No es ciencia ficción. Se trata de un ensayo, de una jocosa y perturbadora advertencia.