A estas alturas, y dicho -como siempre- desde el máximo respeto a las personas y el institucional debido a los cargos públicos-, alguien debería explicarle con más cautela a la señora secretaria de Estado de Economía, que hay determinados asuntos en los que cualquier declaración desde la Administración es redundante y, peor aún, puede agotar la paciencia de los gallegos. Es el caso, en concreto, de la referencia que ha hecho a la "voluntad del Gobierno" al que pertenece de resolver cuestiones como la de la avanzada edad media de los habitantes de este antiguo Reino y su dispersión geográfica.

No se trata, en absoluto, de que alguien dude de la sinceridad que encierra la frase de doña Irene Garrido, dama que ha prestado, como varios miembros destacados de su familia, valiosos servicios a Galicia. Lo que ocurre es que sus paisanos han oído tantas veces ese discurso que, a fuerza de no resolverse los problemas que generan esas asignaturas pendientes, ya no solo sonríen cuando oyen el compromiso simo que en algunos casos radicales, maldicen no tanto al que lo transmite como a quien lo envía. Por lo de la paciencia y sus límites.

En ese sentido, la "número dos" del Ministerio debería tener información detallada de que las reclamaciones gallegas, en materia de financiación para sus problemas específicos, acumulan tanta antigüedad como la propia autonomía y aún más atrás. En consecuencia, y con tan larga trayectoria, las palabras acerca de su resolución parecen, si no fuera porque las transmite una persona honorable como ella, casi como una provocación. Y quien lo dude puede preguntarle al exvicepresidente de la Xunta don Anxo Quintana, que se vino de Madrid con poco más de una limosna. O al fallecido conselleiro Orza, cuya obsesión fue siempre cuadrar las cuentas de sanidad o educación, sin éxito, como tampoco lo tuvo el bipartito a pesar de ser del gobierno -"amigo"- de Zetapé.

Y ya puestos a insistir en lo añejo de la reivindicación, parece útil recordar las peticiones del ya fallecido -y recordado por su bonhomía y eficacia- don José Antonio Orza, un conselleiro condenado a realizar encajes de bolillos presupuestarios para cubrir el coste de los servicios sociales y sanitarios gallegos, que eran como una losa funeraria a la hora de cuadrar las cuentas. E incluso, caso de precisarse más datos, habría que acudir a la también exconselleira Fernández Currás, especialista en sacar adelante las cuentas con un fórceps.

Lo peor es que ninguno, en todas las Xuntas que han sido, pudo convencer a "Madrid" de la necesidad acuciante de poner punto y final a esa anomalía. Y por eso ahora, y en plena tormenta catalana, el escepticismo por la reiteración de los mensajes optimisras, despierta desconfianza en esta parroquia, acostumbrada a rezar mientras otros se llevan las bulas. Por eso no faltan aquí quienes, acaso más incrédulos de lo conveniente, piensan en pedirle al santo Job, guía y norte de la paciencia, que acompañe en su Patronazgo al Apóstol Santiago, porque está visto que con un milagreiro no basta: hacen falta más.

¿O no?