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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Prisioneros en un submarino

A la hora de escribir este artículo todavía no se sabía nada sobre el paradero de un submarino argentino (el ARA San Juan) que con 44 tripulantes a bordo navegaba de vuelta a su base en el Mar del Plata por las frías aguas del Atlántico Sur.

El contacto con el buque se interrumpió hace días y se teme un trágico desenlace pese al intenso despliegue de medios de búsqueda en el que participan unidades navales y aéreas de varios países. Las conjeturas son varias aunque lo único cierto por el momento es que dejó de comunicar cuando realizaba tareas de control de pesca ilegal a 400 kilómetros de la costa de Patagonia, una zona que suele ser frecuentada por los modernos buques factoría gallegos.

En cualquier caso, tanto si navega en superficie como si está posado en el fondo del mar, que en esa zona tiene una profundidad media de 700 metros, se teme que las condiciones físicas y psicológicas en que pueda encontrarse la tripulación estén ya en el límite de la supervivencia.

Los accidentes en los submarinos son especialmente dramáticos, tanto por lo reducido del espacio habitable como por la escasez del aire a respirar, lo que puede provocar situaciones de especial tensión a poco que se desaten los nervios. Y en ese sentido, lo que esté ocurriendo -o ya haya ocurrido- a bordo del ARA San Juan no puede ser una excepción a la regla.

El último accidente de uno de estos buques del que haya memoria en la opinión pública fue el del submarino nuclear ruso Kursk cuando participaba en unas maniobras en aguas del Mar de Barents en el océano Ártico. Uno de los misiles sin carga nuclear que iba a ser lanzado explotó antes de tiempo y la fuerza de la explosión derribó varios compartimentos interiores hasta detenerse milagrosamente ante el que albergaba los misiles atómicos. Las tareas de rescate fueron complicadas por el secretismo inicial de las autoridades rusas que se negaban a reconocer la gravedad de la situación. Y la agonía de los supervivientes (a oscuras y cada vez con menos aire que respirar) angustiosa.

A los que de jóvenes hemos visto muchas películas de submarinos, la momentánea desaparición del ARA San Juan nos trae un recuerdo muy vivo de las sensaciones vividas en la oscuridad de una sala de cine. Entonces, la factoría de Hollywood funcionaba a todo rendimiento y había todo tipo de películas para glorificar la causa de los buenos contra los malos, que eran principalmente los alemanes y los japoneses y en cuanto empezó la Guerra Fría (que fue enseguida) los comunistas rusos. Entre ellas, las de submarinos, de las que recuerdo Destino Tokio, El submarino fantasma, El diablo de las aguas turbias, Torpedo, Tiburones de acero y bastantes más. Casi todas de ambiente dramático, excepto una buena comedia como Operación Pacífico (con Cary Grant, Tony Curtis y un elenco de bellas enfermeras).

Pasamos muy malos ratos mientras aguardábamos, en el fondo y sin hacer ruido, a que el enemigo no nos detectase y pasara de largo. Y utilizábamos el truco de disparar hacia la superficie aceite, ropa y otros enseres para engañarlo haciéndole creer que nos habían alcanzado con una carga de profundidad. Solía dar resultado.

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