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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La política del chiste de Eugenio

Eugenio, en su día famoso contador de chistes, exageraba su acento catalán para darle más gracia a un repertorio que, invariablemente, comenzaba con la frase "¿Saben aquel que diu?". Más o menos eso ocurre ahora con algunos nacionalistas. Cargan el deje para diferenciarse, aunque el resultado no sea -ni de lejos- tan gracioso como el que conseguía el infelizmente ya fallecido Eugenio.

Si hay algún rasgo típicamente español -fútbol y tapas aparte- es el deseo de no parecerse a los demás españoles. De hecho, lo que de verdad iguala a los reinos autónomos de la Península es el empeño de querer ser distintos los unos de los otros; aunque las diferencias tiendan a diluirse cuando se trata de asuntos realmente serios como, un suponer, el fútbol. Ahí todos los ciudadanos comparten la misma pasión identitaria: ya sean de Bilbao, de Barcelona, de Madrid o de Valencia.

Al patriota como Dios manda se le conoce por su afán de exagerar el acento, para que suene a extranjero. Suele ser gente que, aun condescendiendo a hablar en castellano -lengua que ya no es del imperio- finge olvido y le pregunta a su interlocutor: "Esto, ¿cómo se dice en español?". Lo saben de sobra, pero queda bien.

Se trata de una pose, aparentemente; pero es que vivimos tiempos en los que manda el postureo. Es una forma leve de tontuna, como la que afligía a las señoritas aburridas de la buena burguesía de otros tiempos. Que ahora la practiquen personas que se tienen a sí mismas por progresistas no deja de ser un paradójico signo de la época.

La política ha entrado en el dominio del reality-show. Hay diputados que asisten al Congreso provistos de fotocopiadoras, de esposas (de las de atar) y de casi cualquier herramienta que en su momento consideren útil para salir en la tele y suscitar mareas de tuits y de vídeos promocionales en Facebook.

En el Parlamento, que fue templo de la palabra en pasados tiempos analógicos, ya no se habla para los demás diputados. La nueva era digital exige que se actúe para las cámaras de la tele más que para la Cámara propiamente dicha. Importa el gesto y el continente antes que el contenido de la intervención. Los telediarios y las redes sociales se ocupan después de darle la necesaria propaganda -gratuita- a los actores que protagonizan la función.

Puede que todo esto convierta al hemiciclo en hemicirco, como advierten, apenados, algunos de los espectadores; pero eso es lo de menos. Estamos asistiendo, con toda evidencia, a una ficción puramente teatral en la que lo único relevante es la pose -o postureo- de quienes participan en el espectáculo. Cualquier parecido con los problemas que afligen a la ciudadanía sería, en este caso, mera coincidencia.

Convertidos en émulos de Eugenio, el de los chistes, algunas figuras de la reciente política se limitan a cargar el acento como solía hacer el recordado cómico para acentuar el énfasis de sus chascarrillos. A veces lo hacen con la palabra, como ocurre en general con los nacionalistas; y otras exagerando sin más la pose mediante el adecuado acopio de impresoras, grilletes y palabras altisonantes para epatar al burgués.

El bueno de Eugenio no merecía que le saliesen estos extraños imitadores que buscan en el chiste -a menudo áspero y no siempre bien contado- una vía rápida hacia la notoriedad. Pero es lo que hay.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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