Esta semana, en una de esas húmedas y ardientes tardes que nos suele brindar Washington DC, acudí a una exposición organizada por The Society of the Cincinatti en un fastuoso edificio situado en el llamado "paseo de las embajadas", como popularmente se conoce a ese pequeño tramo de la Avenida Massachusetts. Allí se exhibe una galería sobre la Primera Guerra Mundial, titulada "La gran cruzada", cuya tesis (porque esta exposición tiene una tesis) se resume con claridad en uno de los pomposos párrafos incorporados en su introducción: "La guerra transformó la relación cultural y política con Europa y generó el empeño de expandir los principios de la Revolución americana por todo el mundo. La guerra también cambió la manera en que los estadounidenses imaginaban y recordaban la revolución". La primera frase, en lo que se refiere a la relación intercontinental, es poco discutible pero asimismo matizable. (La Sociedad de Naciones impulsada por el presidente Wilson fue rechazada en el Congreso, y el país, aplazando esa supuesta difusión de ideales revolucionarios, volvió de nuevo a su original aislacionismo durante el periodo de entreguerras hasta que se produjo el ataque del ejército japonés a la base naval de Pearl Harbor; es decir, esos "principios" aparecían y desaparecían dependiendo de las circunstancias). Las afirmaciones subsiguientes, en cambio, son mucho más interesantes y contienen ese tono especulativo al que algunos neoconservadores nos tienen acostumbrados. Como consecuencia del conflicto, nos informan, los ciudadanos no solo fueron conscientes del lugar que ocupaban en el mundo, sino que recordaron por fin su misión.

Uno no puede esperar menos de los herederos de Cincinnati. La sociedad "patriótica", fundada en 1783 e inicialmente presidida por George Washington, se dedica a "promover los valores de la Revolución americana", por lo tanto, cualquier asunto es tratado desde esa comprensible -e ineludiblemente tendenciosa- perspectiva. Encontramos a los Padres Fundadores, pues, participando en diversas etapas del siglo pasado, y nos topamos con personajes contemporáneos convertidos en improvisadas reencarnaciones de Thomas Jefferson o James Madison actuando bajo las órdenes de estos últimos mientras rellenan con habilidad los espacios vacíos de sus obras inacabadas.

La exposición no oculta el hecho paradójico pero irrefutable de que Woodrow Wilson, en los albores de la contienda, deseaba que su país permaneciera cómodamente neutral. Los periódicos de la época titulaban en primera página "America First", el eslogan que rescató Donald Trump para su discurso de investidura y que, aparte de utilizarse en el contexto anteriormente descrito, fue el nombre que se le otorgó al grupo de presión organizado en 1940 con la intención de impedir que Estados Unidos interviniera en la Segunda Guerra Mundial (AFC) y entre cuyos miembros se encontraban algunas personas distinguidas por su indisimulado antisemitismo. Vemos la prensa y la propaganda antibélica (en ocasiones ambas se confundían) en diversas cajas de cristal, así como las esculturas que homenajean las heroicidades del marqués de Lafayette y del general John J. Pershing, o rememoran el hundimiento del Lusitania -suceso que impactó sobremanera a la opinión pública estadounidense, provocando un repentino entusiasmo por el reclutamiento-, e incluso nos muestran un par de partituras de canciones exitosas que también podemos escuchar al tiempo que recorremos la sala de modestas dimensiones. En ellas divisamos ese cambio de pensamiento: una lleva por título "No crié a mi hijo para ser soldado" y la otra, "América, aquí está mi chico", que surgió dos años después, se presenta con un dibujo en el que aparece una madre con su hijo ya vestido de militar y preparado para el combate.

Lo que no hallamos en la galería es la campaña electoral que precedió a los acontecimientos. Wilson ganó por segunda vez las elecciones contra el juez del Tribunal Supremo Charles Evan Hughes, quien había reprochado al presidente lo poco preparado que estaba el país en caso de que el conflicto resultara inevitable. En unas elecciones bastante disputadas, el demócrata, ejerciendo de candidato "antiguerra", venció al republicano por un margen relativamente estrecho bajo el lema "Él (Wilson) nos mantuvo fuera de la guerra". Seis meses después, Estados Unidos aprobaba la intervención. Seis meses después, Wilson conducía a su país a la guerra. "Estados Unidos tiene una gran causa que no solo se circunscribe al continente. Es la causa de la misma humanidad", afirmó. América -tal y como demandaba la propaganda del momento y nos recuerda la exhibición- había "despertado". Entonces comenzaron a "recordar" y a "imaginar" esa "gran cruzada", por supuesto, contra la que habían votado, eso sí, hace tan solo medio año.