Así que, completado en menos de horas veinticuatro el salto mortal que llevó al "nuevo" PSOE de las musas al teatro -para formar en el mismo la "revolución socialista", y tras el esperpento de pronunciarse contra el Tratado de Libre Comercio entre la UE y Canadá, una parte del país aguarda la próxima pirueta de las gentes de Sánchez. Con más curiosidad que interés porque -al menos en opinión de quien esto escribe- ya casi nadie se toma en serio el cambio que predica el resucitado secretario general.

Y no es una hipérbole: ni en la forma -votando una tarde en un sentido y la mañana siguiente anunciando lo contrario- ni en el fondo, con argumentos propios del anticolonialismo económico de la vieja gauche divine que maldecía a las multinacionales y consumía todo cuanto le ofrecían. Y con Cristina Narbona, asunta a la peana de la antigua guardia de corps como presidenta del partido para escoltar a Pedro el descamisado; como los antiguos seguidores de Perón: entre los modernos, algunos llevan sotana.

Así se explica su naciente, pero ya rancio, "revisionismo ideológico" que no sirve para gobernar sin el apoyo de los populistas y los radicales. Quizá por eso el socialismo español no hace sino bajar en votos, desde que no dirige Sánchez -incluso antes de que apareciese Podemos, que es ahora la excusa para la vuelta atrás- y en afiliados y ha de elaborar una estrategia que, como en los viejos tiempos, precisa de un atizador para avivar las brasas sociales que aún subsisten tras la salida de la crisis.

Y, como se demuestra ahora mismo en Galicia con una oleada de huelgas, algunas tan pintorescas como la del transporte, está en ello y con ellos; olvidando antecedentes cercanos en los que bastantes de los mismos de ahora -pero que entonces gobernabanos- hacían, o lo intentaban, compatibles los intereses de los menos con los de los más. Ahora el silencio es absoluto a pesar de la evidencia de que la situación actual sólo tiene un objetivo estratégico que, a la vez, es la única idea que une a sus protagonisas, echar a Rajoy. Y sin elecciones, por si acaso.

Se ha citado a Galicia porque es donde más evidente se hace la inutilidad de esa estrategia de frente popular. Aquí, precisamente, fue donde la izquierda supo triunfar con sus mejores bazas: la decrepitud del liderazgo conservador y la eliminación de lo que ahora predican las bases sanchistas el miedo a los extremos; Pérez Touriño acertó con su eslógan del "cambio tranquilo" para un país moderado, y lo intentó. Luego, la realidad de las coaliciones imposibles impidió el éxito. Pero esa lección deberían atenderla muchos hoy. Y, si no, allá ellos.

¿No?