Escarmentado por la dimisiones concertadas de los "barones" que fueron el preámbulo a su caída, Pedro Sánchez quiere una ejecutiva a medida en la que el único poder visible sea el suyo. Anticipa que no habrá concesiones a los jefes territoriales y que trata de rodearse de los mejores en cada ámbito. Esa apuesta por una dirección meritocrática conlleva el reto de respetar el criterio de aquellos a los que se elige por tenerlo y evitar la tentación de reducirlos al eco de la voz principal, que es la forma de liderazgo más primitiva y dominante en los grupos humanos. Está ante su primera oportunidad de demostrar que puede hacer las cosas de otra manera y también de una ocasión de defraudar.

Más allá de voluntades pacificadoras, que el nuevo secretario general del PSOE pueda componer su ejecutiva sin que lo embriden en el congreso de junio delata la desnudez de unos "barones" que en los últimos meses alardearon de más poderío del que en realidad tienen y de unos triunfos en las urnas que saben alicortos. Sánchez se enfrenta a la complejidad de evitar que se tambaleen las precarias posiciones institucionales de los socialistas en la mayoría de las comunidades en las que gobiernan y, a la vez, promover relevos, con los comicios locales y regionales de dentro de dos años en el horizonte. Otra oportunidad de demostrar si en su dramático viaje de ida y vuelta a a la secretaría general adquirió auténtico peso político o ratifica las críticas de quienes siempre vieron en él un ser marcado por la ligereza.

En un país dividido entre quienes anhelan la jubilación y los que no ven nunca el momento de retirarse, a lo que se enfrentan ahora los socialistas es a un relevo generacional inaplazable. En eso consiste, en esencia, el cambio de tiempo. Pese a agitar la bandera de la juventud, la foto de la noche de su triunfo muestra a Sánchez rodeado por una militancia envejecida. La edad no es ningún demérito, ni lo contrario, pero la vitalidad de una organización exige un relevo continuo que en el PSOE se interrumpió hace ya demasiados años. Puertas afuera, sin captar votos entre las nuevas generaciones de electores, el socialismo centenario tiene difícil su retorno al Gobierno. El tercer reto consiste en que esos votantes ahora lejanos se vean reflejados en las caras renovadas del partido. Atraerlos quizá consista también en captar la mayor bolsa de talento político de la izquierda, postergada en Podemos desde su derrota