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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Fascinación por la crueldad

Todos los años por estas fechas, entre la Feria de Abril en Sevilla y la Feria de San Isidro en Madrid, el escritor valenciano Manuel Vicent publica un alegato contra las corridas de toros, ese espectáculo bárbaro al que algunos llaman Fiesta Nacional. Y lo hace desde hace treinta años en el mismo periódico sin faltar nunca a la cita. En esta ocasión, y bajo el título impactante de Más sangre, Vicent calcula que a lo largo de la temporada taurina se habrán sacrificado unas 50.000 reses bravas; y si cada una de ellas hubiese recibido durante la lidia una media de tres puyazos, tres pares de banderillas, tres estocadas, cuatro pinchazos en hueso y otros tantos descabellos, la suma alcanza mas de un millón de cuchilladas. Una monumental carnicería, a la que habría que sumar los toreros heridos, o muertos, en la plaza y, como dice el escritor, no menos de una docena de borrachos corneados cada verano en encierros y otra clase de festejos populares. Todo lo cual, le lleva a vaticinar que esa sangrienta forma de divertirse tiene poco futuro a medida que el país, y sobre todo la mayoría de su juventud, se civilice medianamente, y entretenimientos basados en el maltrato animal, como el famoso Toro de la Vega, en Tordesillas, pierdan apoyo popular. Y si el vaticinio acabase siendo cierto entonces habríamos dejado atrás para siempre, como versificó Antonio Machado, esa "España de charanga y pandereta / de cerrado y sacristía / devota de Frascuelo y de María" (Frascuelo, lo aclaro para la gente más joven, fue un torero legendario del siglo XIX, y María, por supuesto, una de las mil y una Vírgenes del devocionario español). La profecía está hecha y ahora hay que esperar que se cumpla con el paso del tiempo. No obstante -y eso sí es más difícil- también habrá que confiar en que, paralelamente, decaiga la fascinación humana por la crueldad para con los animales (peleas de gallos, peleas de perros, abandonos tras el fin de la temporada de caza, etc.). La prohibición en Gran Bretaña de la caza del zorro, una costumbre de gran arraigo, fue un paso adelante pero aún quedan otros muchos que dar en la misma dirección. La fascinación ante el espectáculo de la crueldad, por muy adornada de arte que esté, es uno de los alicientes de la fiesta de los toros. Al menos, así lo apreciaba Josep Pla. El gran escritor catalán reconocía su escasa afición a las corridas de toros. Entre otros motivos, porque le descubrían de una forma brutal el fondo psicológico que llevaba dentro. La lidia de los dos primeros toros le daba miedo por el padecimiento del animal y el peligro para el torero. Pero a partir de ese momento la sensibilidad se le volvía cada vez más espesa y el ánimo se endurecía. "Al fin -escribió- siento que vería morir a un amigo en la plaza y que su muerte me dejaría frío. Ahora bien, esa reserva de insensibilidad y de crueldad que siento en mi interior me asusta y me horroriza". Un punto de vista con el que coincide Vicent al decir que "el inconsciente colectivo del país está sumergido en la charca de sangre de esta gran carnicería festiva".

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