Con el pretexto de que el lunes pasado fue fiesta local en Madrid (por traslado al día 20 de la dedicada a San José) vienen a verme unos familiares. Y entre ellos un joven escritor que colabora habitualmente en las páginas dedicadas a los viajes de un importante periódico. Los días últimos del invierno e iniciales de la primavera fueron fríos y ventosos y el apetito de los viajeros oscila entre la tentación de un cocido y la degustación de pescado y marisco, que es lo que identifica gastronómicamente a la nación gallega de Astorga para abajo. Como yo estoy en las mismas dudas me dejo aconsejar por el fotógrafo Víctor Echave, un gastrónomo de toda garantía, y llevo a la tropilla de hambrientos a un pequeño restaurante, La escondita, próximo a la Casa Consistorial. Allí nos recetan una lubina cocinada a la brasa en el mejor estilo de aquellas que dieron fama a la legendaria Tira do cordel. El paladar de los viajeros está estragado por el exceso de salsas y añadidos con que se disfrazan los sabores naturales y agradece en el alma la simplificación. Al día siguiente, les cambio el paso y los encamino al bodegón O Cenlle en el Monte das Moas. Un establecimiento de linaje ourensano que embotella vino propio de la comarca del Ribeiro y le da un punto exquisito al pulpo, los lirios a la romana, la empanada, y los chicharrones, es decir, al repertorio clásico de la gastronomía popular.

Mientras picoteamos, informo al joven escritor sobre la tradición burguesa de la cocina local que tuvo sus referentes literarios en la condesa de Pardo Bazán ( La cocina española antigua y La Cocina española moderna,) en Manuel María Puga y Parga, más conocido por el sobrenombre de Picadillo, autor de la popular Cocina Práctica, y en Cipriano Torre Enciso autor de una muy entretenida Cocina gallega enxebre en la que, entre otras curiosidades, se recoge la receta de una sopa de los "marineros de Riazor", que data del tiempo de cuando en el gran playal urbano había pescadores y unas pequeñas lanchas a remo con las que se ganaban el sustento. Me pregunta el joven escritor por aquellas antiguas casas de comidas que dieron fama a la ciudad y le hablo de "las tres viudas" (La viuda de Alfredín, la Viuda de Naveiro y la Viuda de Salvadores). Establecimientos que ya no existen, pero con tanto tirón que años después de su desaparición aún venían turistas preguntando por ellas. Y por si le faltaba alguna ayuda para ponerse en situación le recomiendo también el imprescindible Diario de comidas que el poeta Xavier Rodríguez Baixeras dedicó al maestro Méndez Ferrín. Pero no acabó ahí la exaltación gastronómica de la entrada de la primavera. Regresados a Madrid los viajeros, una peña de amigos de Vigo me cita para degustar una lamprea en el Club de Campo.

A los que residimos en el norte de la comunidad, la lamprea siempre nos pareció un ciclóstomo de obligada degustación entre el Ulla y el Miño y cualquier incitación en ese sentido nos impulsa a viajar a su encuentro. Ya el año pasado cerramos la temporada en el mismo sitio. Y esta vez también estaba soberbia.