En Patria -plebiscitada novela de Fernando Aramburu- el personaje central es Miren. Txato era el mejor amigo del marido de Miren. El Txato, euskaldún hasta la txapela y emprendedor transportista que creaba empleo del bueno, estaba casado con Bittori, la mejor amiga de Miren. Dos familias de pueblo unidas en lo hondo y cotidiano hasta que el hijo de Miren participa en el asesinato del Txato. En realidad, durante el hostigamiento que precedió al asesinato Miren ya había dejado de hablar a Bittori, estigmatizándola política y socialmente, pues si la cara del Txato se exhibía por paredes y tapias, enmarcada amedrentadoramente en una diana, sería porque algo habría hecho. Ni su hijo ni ETA se equivocaban jamás. En su arrogante burricie Miren creía que iban ganando. De joven lloró la muerte de Franco a moco partido.

Pamplinas terroristas

Miren, pueblerina ínfima, se engalla, adquiere de repente protagonismo y prestigio local al ser la madre de un gudari. Gudari que en la cárcel reflexiona, se desmoraliza, sopesa pros y contras, pierde ínfulas y da un calculado corte de manga a ETA.

Miren, vencida ETA, se arruga, contemporiza, su prestigio decae, deja de infundir terror, deja de ser tan importante. Se lamenta a una colega de su cuerda: "Sin ETA no hay quien nos defienda, es como si fuéramos desnudas por la calle". Y Miren, llegada la hora de la derrota militar de ETA, y la derrota moral del hijo, decide perdonar a Bittori abrazándola públicamente un día que la encuentra por la calle. Pamplinas oportunistas. Aquí no pasó nada. Ni vencedores ni vencidos. Manda narices. Así termina para todos los efectos -entre besos, lastimosamente- Patria.

Lo que le falta a Patria

La excelente novela de Aramburu sufre de dos carencias. Una, no pone nombres a los héroes que vivieron con entereza el terror y no se encuentran reconocidos, ni en unos pocos casos representativos, en honor al resto.

La segunda carencia de la novela es que -perdiéndose a veces en diálogos insustanciales- no ausculta profundamente a los urdidores más canallescos, casi peores que los asesinos, que constituyeron el magma humano en el que se incubó el odio sanguinario. Halitósicos curas, sindicalistas matones, ideólogos en primaria y secundaria, vecinos chivatos, articulistas de metralleta, herriko taberneros, etc.

Sucede que Aramburu no olvida, hubiese sido el colmo, el daño causado por la mafia sacerdotal vasca de la que salieron Arzalluz y Setién (sacerdotes hubo que se negaron a oficiar funerales de víctimas de ETA) personalizada en don Serapio, el cura cuyas pláticas, confesiones y conversaciones en privado, homilías en la iglesia, son, para el lector normal, pura y simplemente incitación al terrorismo, agazapándose en un discurso meloso, venenoso y exculpatorio de cualquier crimen cometido en nombre de la patria.

Aramburu tenía en don Serapio, que no está mal caracterizado, un personaje en oro para dejar definitivo testimonio de la personalidad enfermizamente racial y reaccionaria del clero pro etarra. Y si bien, en un par de pinceladas magistrales, en Patria se dibujan los degenerados rasgos morales de Andoni, matón sindicalista de LAB, arete en oreja, veneno en el alma, el personaje más bajuno de Patria, Aramburu no analiza solventemente la personalidad arquetípica de la hiena sindical, empleada por Txato e inmensamente desagradecida y rencorosa para con él. Hiena instigadora del crimen al calor de la manada.

Empalamiento de trabajadores

Felizmente, en el sindicalismo español la violencia no es frecuente aunque no falten terroristas que intentan llevarla a la práctica -en Galicia, por ejemplo-, estimulados mediática e intelectualmente por vividores que se jactan de obrerismo duro sin haber apretado un tornillo en la vida. Sin embargo, sí se observa una actitud que favorece abiertamente en el sindicalismo español el derecho a decidir. Inexistente en las democracias europeas. "Derecho" y "decidir" son palabras instintivamente prestigiosas por separado, si van juntas son, para los espíritus infantilmente impresionables, el no va más. De ahí que el derecho a decidir se haya convertido en el penúltimo mantra de lo políticamente correcto, que es algo así como renunciar a pensar por uno mismo para ser aceptado por la chusma indocta.

¿Hay que recordar acaso que no otra cosa buscó ETA durante treinta años, el derecho a decidir la autodeterminación, meneando el nogal para que los políticos recogieran las nueces? Esto es, ETA ponía los muertos españoles para que el terror alumbrase el derecho a decidir en el propio ámbito de decisión territorial. Exactamente lo mismo que se pide ahora en Cataluña y otras regiones españolas.

¿Puede haber sindicalmente algo más reaccionario, indecente y egoísta que el derecho a decidir de las regiones españolas ricas sin contar con los trabajadores de las que no lo son? No. Sindicalmente no hay nada más insolidario y, no obstante, el objetivo decisorio del terrorismo ha calado entre obtusos líderes sindicales. Bueno, no tan obtusos a tenor de los privativos beneficios que cosechan.

Si el derecho a decidir se llevase a buen término, antes o después los terroristas se habrían salido con la suya. Porque -aunque los independentistas de cualquier territorio perdiesen la primera, la segunda o la tercera elección de autodeterminación- sentado el precedente legal serían inevitables, pasados tres o cuatro años entre cada convocatoria, renovadas votaciones territoriales de autodeterminación (todos conocemos la obsesiva perseverancia de los nacionalistas) hasta conseguir ganar una vez. Votación definitivamente irreversible.

Sería el fin de la solidaridad interterritorial que permite a este país, y a los demás, alguna nivelación de riqueza. Es tanto como decir que sería el mayor empalamiento histórico que sufrirían los trabajadores españoles tomados como clase, no como castas territoriales artificiosamente separadas por los nacionalistas.

Desorientación sindical

El líder de UGT, Josep María Álvarez Suárez -asturiano, emigrante en Barcelona con veinte años- es partidario del derecho a decidir porque no le queda otra si quiere vivir de las siglas, en liberado, sin trabajar sufridamente. También lo es Fernández Toxo, de CC OO. Y Joan Carles Gallego i Herrera, telonero por el derecho a decidir de la que en vida fue Muriel Casals, secretario general de CC OO de Cataluña, no es excepción. Asusta semejante desorientación sindical en asunto de tal calado.

Hace unos cuantos domingos CC OO y UGT desfilaron en Madrid. La manifestación quedó deslucida por la poca asistencia y, sobre todo, por la presencia oportunista de los manifestantes confederales filo-independentistas de En Marea, entre otros, para los cuales en España todavía hay presos políticos, tan felices recibiendo mensualmente el sobre del odiado Estado como suscribiendo para Galicia y resto de España el proyecto etarra del derecho a decidir. Las confederaciones nacen para unir lo que está separado, no para separar lo ya unido y reconocido por todas las instituciones europeas y la ONU. Un Estado plurinacional (¿?) planeado en la sombra por los independentistas desde hace tiempo, y sostenido por panolis de toda laya y condición, duraría dos telediarios. Lo que nos íbamos a reír, ay, con varias Haciendas y cajas de la SS insolidariamente territoriales. ¿Y quién iba a pagar aquí las pensiones sabedores que en Galicia prácticamente solo hay cuatro empleados por cada tres jubilados, viudas y huérfanos y que las no contributivas se cargan a los PG del Estado? ¡Burros, coño, burros!

Arnaldo Otegi no propugna la lucha armada, innecesaria, sino el derecho a decidir, por antonomasia el objetivo político terrorista, de alta y baja intensidad, aceptado por, además de la tropa, parte de las burguesías vasca y catalana. En otras regiones, ese disparatado delirio lo asume cierta pequeña burguesía revanchista ante la vida, por mediocre, frustrada en sus acomplejadas ambiciones provincianas de mayor poder y protagonismo, que adora singularizarse con la única genialidad de la que es capaz: la extravagancia política. Verbigracia, la pequeña burguesía funcionarial pro derecho a decidir, ciclotímica; la radical, sonada; la tabernaria, melancólica; la cultural, subvencionada; la mediática, patrañera. En conjunto, inepcia y parroquia.

El objetivo terrorista -eufemísticamente Diàleg, ja! Elkarrizketa orain! ¡Diálogo, ya!- adquirió mucho predicamento en la izquierda lerda a raíz del asesinato de Ernest Lluch y reverdeció al hacerlo suyo la Generalitat recientemente. No olvidemos, en plena crisis, arruinada la Generalitat, Artur Mas se reunió con Mariano Rajoy exigiéndole descabelladas compensaciones económicas para Cataluña. El presidente Rajoy, en hombre de Estado, se negó en redondo argumentando, con razón, que no habiendo dinero no podía quitárselo asimétricamente a las regiones más pobres para privilegiar a una de las más ricas. La respuesta de Mas, invocando sentimentalmente el agravio comparativo infligido a la patria, fue lanzar el proceso independentista, derecho a decidir mediante, desde la propia Generalitat. Resulta que ahora el sindicalismo zombi avala tamaña insolidaridad delictiva.

El derecho a decidir, cualquier politólogo objetivo lo sabe, no sería un derecho sino un privilegio concedido al victimismo patológico. En los sindicatos españoles hay demasiados portamaletas del independentismo, demasiados don Serapio que predican el derecho a decidir. El sindicalismo que acepta privilegios legales para llegar a la autodeterminación, aunque votase en contra, ampara en última instancia el objetivo de ETA y es ferozmente insolidario al servir los intereses de la burguesía, grande y pequeña, interesadamente independentista.