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Hay más cosas en el cielo y en la tierra?

Los Estados Unidos que votaron a Trump y no supieron ver los expertos

O lecciones, para nosotros, de las elecciones en Estados Unidos. En primer lugar, sobre la óptica de las previsiones. Se nos hacía ver que todas las prospecciones demoscópicas daban como triunfadora a Clinton. Y, sin embargo, no solo no lo hacían todas, sino que la distancia entre un candidato y otro era tan escasa en la mayoría de ellas que entraba en lo que es el margen de error de un pronóstico. Pero como la mayoría de los medios occidentales y una cierta opinión anhelaban el triunfo de Clinton (o temían el de Trump) la interpretación de las encuestas tendió a convertirse en una especie de exorcismo propiciatorio.

Por otro lado, el triunfo de Donald no tiene nada de extraordinario: desde hace mucho tiempo, la sociedad estadounidense que vota (no lo hacen nunca casi la mitad de sus habitantes) está dividida en dos mitades aproximadamente iguales, aunque en ocasiones, es cierto, existen diferencias en el voto popular que, como en este caso, no se traducen en el voto del Colegio Electoral. Y, además, es frecuente que, según ocurre más o menos en Europa, ocho años sea el tiempo máximo en que el electorado "aguanta" a un partido en el poder, procurando tras ese período la alternancia.

(En todo caso, algunas anécdotas individuales nos ilustran sobre lo que es el voto y la democracia. Susan Sarandon, por ejemplo, decidió que "no votaba con la vagina" y que, por ello, no estaba obligada a votar a Hillary por ser mujer. En consecuencia, dio su voto a un candidato marginal, en la creencia de que Hillary ganaría. Después lloró sus consecuencias. Y es que el voto no es un concurso de guapos y feos, de buenos o malos. Votar consiste muchas veces en evitar que gane el que más daño pueda hacer, aunque nos repugne aquel a quien entregamos el voto.)

No olvidemos, por otro lado, que no fue sólo que triunfase el que estaba llamado a ello por su apellido, sino que los republicanos obtuvieron mayoría en el Congreso y en el Senado. Si a eso añadimos que el voto republicano se ha mantenido en los mismos niveles que hace cuatro años y que es el voto demócrata el que ha variado en algo menos de tres puntos, la conclusión es evidente: un cierto número de demócratas manifestaba su desencanto con las políticas "progresistas" de Obama, entre ellas, el Obamacare. De modo que era aquí otra vez la visión del beaterío biempensante la que se equivocaba al no percibir la realidad en sus propios términos, sino con los anteojos de su discurso.

Igual ha ocurrido con la idea de que latinos, negros y mujeres -en la medida en que acudiesen a las urnas, y horrorizados por les bocayaes de Trump- iban a votar en masa a Clinton o dejar de hacerlo por Trump. Sin embargo, no ocurrió así. Hispanos e hispanoamericanos votaron a los republicanos en la misma medida que lo hicieron siempre. Más de la mitad de las mujeres blancas votaron por Trump. ¿No desean esas mujeres trabajar en iguales condiciones que los hombres, tener libertad para decidir, ser tratadas con respeto o cualquier otra cosa que signifique independencia e igualdad? Seguro que sí. Pero seguramente ocurre también que tienen el discurso exclusivamente feminista como una impostación y un reduccionismo que queda lejos de su visión del mundo, donde hay otros valores y prioridades; acaso, muchos de ellos con puntos de vista más tradicionales que no ven como incompatibles con los de la igualdad y la independencia. Y, sin duda, ninguna de ellas prometería sexo oral, como hizo Madonna, a quien votase a Clinton.

"Hay en el cielo y en la tierra -podríamos concluir con las palabras de Hamlet- muchas más cosas de lo que pueda soñar tu filosofía" vienen a decir estas elecciones al beaterío biempensante occidental. Aunque silenciosos, millones de ciudadanos no ven el mundo con los estrechos anteojos que se quieren imponer como los únicos aceptablemente posibles.

Finalmente, una cuestión peligrosa: la deslegitimación de los resultados electorales por la parte del espectro político que resulta derrotado, y la crítica a la gente que no vota lo que se espera de ellos, denigrando sus capacidades intelectuales y morales, una actitud que va en aumento y que en España conocemos bien.

Pues bien, frente a la milagrería de sostener que el pueblo es fuente de sabiduría al elegir, hay que aceptar que no siempre lo es (de hecho, cada votante entiende que quien no vota a los suyos se equivoca), entre otras cosas porque, salvo los apasionados de una fe, la gente apenas dedica tiempo a ese complejo de datos y actuaciones que es la política. Pero convenir en que, a pesar de ello, todos los ciudadanos, ignaros o no, deben ser llamados a ejercer su parte alícuota de soberanía para decidir el gobierno es la mejor forma de gobernanza. Entre otras cosas, porque el recurso a los listos y los cultos no garantiza, en modo alguno, mejores resultados. ¿O es que hay que hacer un repaso a la nómina de cuántos intelectuales y artistas -españoles, europeos, estadounidenses?- apoyaron la dictadura de la URSS o la de China (y lo que es peor, la ideología que conformaba y legitimaba el poder en ellas), y siguen apoyando otras como la de Cuba o soñando con implantarlas aquí?

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