Una vez más las estadísticas alertan del devenir de la población en Galicia. Es posible estimar bastante bien la evolución de estos procesos, aunque no la de otras estructuras que están en la base del problema. Los datos nos dicen que perderemos población porque las muertes superan a los nacimientos y no están previstos grandes flujos migratorios desde otros territorios Cada vez habrá más gente viviendo sola. Pero no sólo personas mayores. También los jóvenes, bien porque ocupan una vivienda de sus mayores ya fallecidos o bien porque han podido escoger vivir solos (en la soltería o tras un proceso de divorcio). Las estructuras familiares también están muy relacionadas con los fenómenos demográficos.

El aumento de la soltería y de la edad a que se tiene el primer hijo, de los matrimonios de hecho, de las familias compuestas, monoparentales y la natalidad extramatrimonial así lo indican. Un conjunto de cambios en las estructuras demográficas y familiares similares a los presentes en nuestro entorno. Unas tendencias que obedecen al devenir de la sociedad en general. Familia, mercado y Estado, como principales instituciones que rigen nuestra vida social parecen no hallar un equilibrio estable.

El mercado ha ido desplazando y sometiendo con sus lógicas expansivas a las instituciones políticas y familiares. La racionalidad individual y a corto plazo ha sustituido a la previsión y el interés general. Se ha puesto precio a todo. Hay ofertas y demandas y mercados por todas partes: hace ya muchos años que en las universidades se habla de mercado matrimonial, mercado político...De cualquier cosa hemos hecho un mercado. Paralelamente, el ensalzamiento del individuo llega hasta sus últimas consecuencias. Como decía Sartre: 'El infierno son los otros'.

Podemos regocijarnos en la autocomplacencia y decir que vivimos en el mejor de los mundos posibles (algo no muy lejano de la realidad si comparamos con el pasado no muy lejano) o bien rasgarnos las vestiduras porque hemos perdido el norte y estamos destinados al naufragio. Pero ninguna de estas dos posturas nos va a ayudar a componer una nueva 'ordenación racional de las posibilidades', (la finalidad de la política según Max Weber). Para ello habría que reconocer primero dónde estamos y por qué y decidir si queremos cambiar de rumbo para evitar encallar (como todo parece indicar).

Las familias se adaptan, como pueden, a los constreñimientos de la lógica de la oferta y la demanda. Para empezar reducen plantilla y sustituyen bienes apreciados (y gratuitos) por otros de pago. Decía Quevedo que 'es propio de necios confundir valor y precio', pero en esos valores hemos sido socializados ya casi todos. La sociedad como voluntad común y compartida se disuelve.

Las estructuras e instituciones (de las que emana el consenso social necesario para la existencia de una sociedad) o se renuevan o mueren. Para que no mueran hace falta que se reestructuren profundamente. El mercado ha existido siempre, pero este modelo de mercado es volver (o intentarlo) a la economía clásica de Adam Smith.

El Estado existe desde el final de la Edad Media, pero las instituciones por las que se rige datan del siglo XVIII y no parecen resistir muy bien la 'destrucción creativa' ejercida por los mercados. El modelo familiar institucionalizado en España se remonta a tiempos del Código napoleónico (y a Pepe Botella). Y está en clara retirada. Ya llovió desde entonces (y en Galicia, seguro que 'aínda máis').

¿Antídotos contra la decadencia? La clave está en las élites. El filósofo de la historia, Toynbee, decía que las sociedades sólo se pueden librar del proceso de decadencia mediante la intervención de élites (llamadas por el autor 'minorías creativas') capaces de identificar nuevos retos y dirigir el proceso de cambio a través de la influencia de sus decisiones y su ejemplaridad. Yo no estaría a estas alturas dispuesto a poner la mano en el fuego por la ejemplaridad de nuestras élites ni por su voluntad de mejorar algo.

El sociólogo italiano Pareto decía que las élites deben ser sustituidas de vez en cuando (otra cuestión es cómo). Hacen falta reformas en profundidad para responder a esos nuevos retos que todos tenemos en mente y que son nuestros verdaderos problemas y no los que 'fabrican' a diario las élites en el poder para justificar sus decisiones.

La sociedad del conocimiento exige también élites del saber que identifiquen esos retos y guíen al timonel de la nave. Pero como 'onde hai patrón non manda mariñeiro', los políticos deciden qué rumbo tomar. Por si fuera poco, los mercados estrechan el margen de maniobra de la política hasta tal punto que el timón de la economía se ha hecho ingobernable. Reconozcámoslo: Vamos al pairo. Necesitamos una profunda reforma institucional y social que recobre nuestro sentido de lo común: el valor de compartir.