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Camilo José Cela Conde.

Bancos urbanos

Siguiendo la moda del diseño posmoderno, encaminado no a que las cosas sean más cómodas, útiles y fáciles de utilizar sino a que sean raras, el ayuntamiento de Madrid ha convocado un concurso para instalar nuevos bancos en que sentarse en las calles y parques de la capital del reino. Los bancos forman parte de un mobiliario urbano que parece destinado a perdurar salvo que el vandalismo lo arruine.

Llevamos sentándonos en los mismos bancos desde hace siglos y, dejando al margen las florituras que les añadieron en la época modernista, relativas a la forma de las patas y a los adornos de los respaldos, daba la impresión de que se contaban ya con el diseño ideal: el de un mueble urbano cómodo que aún lo resulta más si es de madera.

Pero parece que hay que cambiar porque sí. Siempre me ha sorprendido esa necesidad del cambio obligado sin más razón que evitar que las cosas sean como antes, incluso a riesgo de volverlas peores. Restaurantes hay que se empeñan en dejar de servir los platos que les salen redondos para dar paso en la carta a otros inventos a todas luces mucho menos interesantes. Los marineros llevan haciendo nudos como el ballestrinque o el as de guía desde tiempos inmemoriales por el motivo bien simple de que sirven a la perfección para la necesidad que llevó a idearlos. Solo a un cretino se le ocurriría crear un nudo peor llevado por la necesidad de que las cosas cambien.

Cuando un objeto que tiene un diseño conforme a su función se cambia, el primer problema que aparece es, pues, por qué hay que hacer tal cosa. El argumento que dan las autoridades madrileñas es propio también de estos tiempos que corren. Uno creería a bote pronto que la función de los bancos es que la gente se siente en ellos a descansar, a leer o a mirar lo que sucede pero no.

Lo que quiere el Ayuntamiento de Madrid es que los bancos contribuyan a que el espacio público se convierta en un instrumento socializador de la ciudad. Al margen de la gilipollez del planteamiento, porque a cualquier se le ocurren otras iniciativas capaces de socializar mucho más a los madrileños partiendo, por cierto, de que reciban en sus casas y en las escuelas una educación adecuada, cuesta trabajo entender de qué forma podría contribuir el diseño del banco a socializar a los usuarios. ¿Convirtiendo el mueble tal vez en un remedo de lecho conyugal? ¿Soltando quizá descargas de corriente eléctrica si uno está más de un minuto callado?

Lo de los bancos de Madrid no pasa de ser un ejemplo de las paridas que puede idear un concejal ocioso. Si se pusiese a otra cosa, a limpiar las calles, ordenar el tráfico y ahorrar gastos innecesarios para bajar los impuestos municipales, a ciencia cierta que a los ciudadanos nos iría mejor. Pero ninguna autoridad cree que pasará así a la Historia. Brindo una idea: hacer como Nerón, cuando tuvo la ocurrencia de incendiar Roma.

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