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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Visión pediátrica de los "Principiños" de los siglos XVI al XIX

"El género del retrato, considerado como un encuentro de dos personalidades, la del artista y la del retratado, cuenta con una tradición secular en la pintura, pues durante generaciones proporcionó al ser humano una consistencia frente al tiempo de la que este carece por naturaleza. Pero, además de ello, en múltiples ocasiones no sólo muestra la singularidad del modelo, sino que transciende y se convierte en memoria fiel de la sociedad de su tiempo, de sus actitudes e intereses". Son palabras atinadas de Manuel Fraga Iribarne, escritas en el proemio del catálogo "Principiños" (A Coruña: Museo de Belas Artes; 2004), editado con motivo de la exposición Pequeños príncipes. Retratos de niños de los siglos XVI al XIX ("Principiños. Retratos de nenos dos séculos XVI ao XIX"). La exposición se realizó en el año 2004 dentro de la programación del Museo de Belas Artes da Coruña, bajo el patrocinio de la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo y en colaboración con la Fundación Yannick y Ben Jakober (propietarios de la colección). Ese mismo año, por generoso obsequio de don Miguel Ángel González García, llegó a mis manos un ejemplar de la publicación citada, con la recomendación de que analizase, desde la perspectiva pediátrica, cómo eran los niños retratados. El libro quedó aparcado hasta ahora, momento en que intentaremos una primera aproximación. El catálogo presenta un estudio pormenorizado de toda la obra expuesta, a cargo de un grupo de expertos coordinados por Roberto Aneiros García. La selección es muy amplia (60 cuadros y 69 retratados, de los cuales 66 son niños y 2 jóvenes de 18 años), y recorre un período cronológico extenso, entre los siglos XVI y XIX. Fue ejecutada por una antología destacada y completa de pintores integrados en distintas escuelas europeas (Alemania, Holanda, Austria, Polonia, Inglaterra, Francia, Italia y España). La mayoría de los retratados son hijos de personajes de elevada alcurnia, que han podido ser identificados. Las pinturas tienen un indudable valor histórico, artístico y sociológico, que nos permite conocer los usos, costumbres y las características de los niños de cada época en cuestión. Además, al tratarse de pintores realistas, en la mayoría de los casos reflejaron con fidelidad a los niños, lo que me permite enjuiciar de forma objetiva en mi calidad de pediatra, su estado de salud y la presencia o no de rasgos patológicos. Esto me permite a su vez plantear una hipótesis diagnóstica de las manifestaciones y anomalías externas que presentan algunos de los niños retratados y, de forma general, qué tipo de patologías imperaban en esos siglos. En otras palabras, es posible reinterpretar el pasado clínico de esos niños y situarlo y compararlo con la patología actual existente. Por supuesto, todo de forma muy somera, dadas las limitaciones que impone el que la exploración física del niño se limite a la inspección, y las propias restricciones de extensión de este suelto dominical. Varios de los cuadros merecerían una exégesis singular desde la antropología física y social y, sobre todo desde la pediatría, que intentaré llevar a cabo, si encuentro el tiempo y el lugar. En todo caso, mis lectores pueden completar su información en el libro citado y en la Web oficial del Museo Sa Bassa Blanca, de Alcudia, Mallorca (http://www.fundacionjakober.org/). Mejor todavía, si tienen oportunidad, visiten este magnífico centro cultural, que tiene una particularidad, su excepcional integración en la naturaleza, totalmente protegida y declarada reserva biológica.

Yannick Vu, presidenta de la Fundación, pone de relieve que el largo periodo que abarca la colección, nos permite seguir la evolución de los niños y la lenta metamorfosis de los trajes que visten, pasando de la elegante austeridad a la exuberancia. Asimismo, recalca que a partir del siglo XIX se logra una mayor expresividad de los retratados y una pérdida de rigidez, dejando paso a una evidente afectuosidad expresiva.

La representación minuciosa de los vestidos de estos pequeños príncipes, en palabras de Yannick, "ataviados como ídolos", incluye medallas religiosas y amuletos. Eran los únicos recursos existentes, desde la Fe o la superstición, con que intentaban protegerlos de las numerosas enfermedades infecciosas y contagiosas existentes, ya que la medicina carecía de medios preventivos o incluso tomaba medidas equivocadas que ayudaban a su difusión. También apelaban a estos exhortos figurativos con la intención de evitar la transmisión de enfermedades hereditarias, cuya incidencia era elevada por la consanguinidad desencadenada por los matrimonios entre familiares con la finalidad de reforzar los lazos entre las casas reales más poderosas. Precisamente, una parte importante de estos retratos eran remitidos de una corte a otra para facilitar y concertar los posibles matrimonios. Ejemplos en la colección de la costumbre de estos atributos "preventivos", son los "cinturones de lactantes" que exhiben el Retrato de un niño de la familia Palafox (anónimo de la escuela española del siglo XVII) y don Fernando en el Retrato de los infantes don Carlos y don Fernando (óleo de de Andrés López Polaco, c. 1575). El Retrato de Carlos II niño (anónimo de la Escuela Peruana, c. 1673), pese a estar idealizado y ser una segunda o tercera versión del original, que le resta fidelidad, recoge un conjunto de estigmas del retratado que son paradigma de la degeneración física e intelectual, como consecuencia de sucesivos matrimonios consanguíneos, y como fue, de hecho, el caso de Carlos II "El hechizado", sin que se pueda descartar que hubiese padecido el llamado síndrome de Klinefelter. Frente a esta costumbre de las alianzas matrimoniales, la Iglesia católica aplicaba una serie de impedimentos y condenaba las uniones inter-familiares hasta segundo grado. Sin embargo, terminaba por conceder un gran número de dispensas en todas la cortes europeas, forzada por una política expansionista. Al problema indudable que originaba la consanguinidad, se sumaba la tragedia personal individual de estos "niños-reyes", a los que se les imponía el destino real al margen de sus propios deseos.

De todas las enfermedades que por sus manifestaciones físicas externas expresan los niños retratados de la colección Yannick y Ben Jakober, la más frecuente es el raquitismo carencial por hipovitaminosis D. De los 66 niños, 20 (33%), presentan signos óseos inequívocos de raquitismo. Las deformidades son muy evidentes en el cráneo, no solo por la corta edad de los niños y por ser ahí su manifestación más intensa, dada la gran velocidad de crecimiento de la cabeza, sino también debido a que los profusos ropajes que cubren a los principitos, no nos dejan ver otros segmentos del cuerpo. Estas manifestaciones, bien recogidas por los pintores, son: macrocránea (cabeza grande), frente olímpica, caput cuadratum (cabeza en forma de caja con cuatro esquinas)... Sin embargo, en varios niños también se evidencia la deformidad de las muñecas -los llamados ensanchamientos metafisarios- en la zona distal, por donde crecen los huesos largos. Ya he expuesto repetidamente en foros científicos y en este mismo diario (véase Faro de Vigo, 0409.2011 y otros) que el raquitismo fue una de los déficits nutricionales más frecuentes de la humanidad y sigue en la actualidad. La fuente más importante de vitamina D es la endógena por síntesis en la piel por la radiación ultravioleta. Como consecuencia la carencia es mayor en las latitudes donde la radiación solar en baja y los rayos de sol inciden oblicuamente. Tal es el caso de Galicia, donde su déficit es omnipresente, y a veces no diagnosticado, a pesar de la adicción de vitamina D a los alimentos y la administración de suplementos medicamentosos que la contienen. La necesidad de su administración habitual a la embarazada, a la madre que amamanta y al niño y al anciano está aceptada y se está incluso considerando el incremento de las dosis. Ante la imposibilidad de describir cada uno de los retratados con raquitismo, pongo como ejemplo el Retrato de una niña con cerezas (de Joan Maestre i Bosch, c. 1843).

La patología más repetida en los "principiños", después del raquitismo, es el hipotiroidismo o insuficiencia tiroidea. Algunos de los signos físicos que le son propios se repiten en cinco de los retratados: inexpresividad, aletargamiento, sensación de hipotonía, palidez, livideces, implantación circular del pelo que es castaño y lacio, puente nasal hundido, edema de párpados, boca pequeña, manos diminutas, gruesas y abotagadas?. Dos de estos niños corresponden a dos hermanos, los representados en Retrato de una dama con sus dos hijos y una hija (anónimo de la Escuela holandesa, c.1604-1665), por lo que podríamos aventurar se trata de hipotiroidismo congénito.

Unas líneas quiero dedicarle al llamado Retrato del delfín Luis XV (de Pierre Gobert, c. 1712). El retratado está identificado como niño y, aunque las ropas a esa corta edad no se diferenciaban con el sexo, parece tratarse de una niña. Si mi interpretación fuese real, sus características se corresponden con el síndrome de Turner, causada por una ausencia parcial o completa del cromosoma X. Se trataría de la misma enfermedad que padecía La enana de la corte, señorita Marichen (de Jacques d´Agar, c. 1710), ya estudiada en un estos artículos (Faro de Vigo, 25.03.2012).

Y termino, no sin antes llamar la atención sobre la ropa de los recién nacidos, bien representada en dos cuadros: Retrato de un recién nacido, cuadro de la familia Faucigny-Lucinge (del Círculo Beaubrun, siglo XVII) y el Presunto retrato de Luis XIV sobre un lecho (anónimo de la Escuela Holandesa, c. 1638). Los niños eran fajados en pañales de forma hermética, como si fuesen unas momias. La finalidad perseguida era darles tranquilidad y evitar las deformidades de las piernas. Tal intento era vano, incrementaba la displasia de cadera e impedía la higiene adecuada, dado que por la dificultad del fajado, el cambio de pañales solo se hacía dos veces al día. ¡Pobres niños! El mismísimo Rousseau en su Emilio, afirmaba en 1762: "No más gorritos de bebé, nada de bandas, ni de fajero sino anchas y flotantes mantillas que dejen los miembros en libertad? Dejad que (el niño) se desarrolle, que estire sus pequeños miembros y veréis que de día en día ganará en fuerza".

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