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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

El rostro de la locura

Tras los horribles sucesos de París y de Orlando hemos vuelto a escuchar las consabidas explicaciones sobre los supuestos móviles políticos de los asesinos, pero casi nada sobre sus perfiles psiquiátricos. Hay, no obstante, una coincidencia entre ellos. Los dos dijeron actuar movidos por las instrucciones difundidas a través de internet por el dirigente máximo del llamado Estado Islámico, misteriosa organización que ha conseguido formar en Oriente Medio un poderoso ejército cuya financiación y apoyos principales se desconocen.

Al primero de los criminales (asesinó a cuchilladas a un matrimonio formado por dos policías) nos lo describen como un joven francés de origen magrebí y musulmán practicante que ya había estado anteriormente detenido por sus presuntas vinculaciones con el yihadismo. Y al segundo (mató a tiros a 50 personas e hirió a otras 53 en una discoteca de ambiente gay), como un joven guardia de seguridad de ascendencia afgana que también había sido investigado previamente por el FBI, como sospechoso de contactos con el islamismo radical. Sobre la personalidad de Larossi Abballa tenemos un vídeo grabado por él mismo en el lugar del crimen en el que explica estar cumpliendo la misión de "matar a los infieles en sus casas con sus familias", una tarea que afortunadamente dejó incompleta porque el hijo de tres años de la pareja no fue también degollado antes de que la policía asaltase el domicilio. Y sobre la personalidad de Omar Mateen hay versiones contradictorias. La oficial del Gobierno norteamericano es que se trata de un lobo solitario que se radicalizó por internet, pero no tiene vinculación directa con ninguna organización yihadista. La del padre del asesino que fue una reacción homófoba especialmente violenta tras haber visto a dos hombres besarse en la calle. Y la de exesposa, y de otros testimonios, que tenía "tendencias gais", utilizaba aplicaciones de móvil para citas homosexuales, y ya había estado varias veces en el mismo local donde luego perpetró la matanza. El que esto escribe no es psiquiatra ni tiene mayores conocimientos en la materia, pero no duda en afirmar que seguramente tanto el asesino de París como el de Orlando tenían perturbadas, en el grado que fuere, sus facultades mentales. Otra cosa es la influencia que en la materialización del crimen pudieran tener las nuevas tecnologías de la comunicación y la facilidad que para comprar armas de todas clases (incluidas las de guerra) permite la legislación de Estados Unidos. En cuanto a la utilización mediática de la expresión lobos solitarios para referirse a los asesinos que actúan por su cuenta y sin vinculación con organizaciones criminales, pues no me parece muy adecuada.

Los lobos -todo el mundo lo sabe- nunca cazan en solitario y siempre lo hacen en grupo y de forma perfectamente jerarquizada. ¿Quién pude creer que alguien que no esté completamente loco decida matar a decenas de personas a las que no conocía de antemano solo después de oír un mandato en ese sentido a través de internet? La locura y los locos han dado lugar a abundante literatura. La inmortal escritora gallega Rosalía de Castro publicó en 1881 un libro titulado El primer loco. El protagonista acaba refugiándose en un monasterio abandonado que luego fue el manicomio de Conxo.

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