Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Empresarios y rentistas

Andan estos días Pablo Iglesias y Pedro Sánchez arrullándoles la oreja a los empresarios, por aquello de poner huevos en todas las cestas y, sobre todo, tranquilizar al dragón del capital.

España irá bien si a todo el mundo le va bien, "incluyendo a los empresarios", los lisonjea Iglesias, que abandonó por un día los Círculos de Podemos para soltarles un discurso en el Círculo de Economía a los oligarcas. Allí acudió también el socialdemócrata Sánchez para asegurarles que no habrá unas terceras elecciones tras las del 26 de junio; lo que es tan aventurado como pronosticar el tiempo que va a hacer dentro de un mes. Pero él sabrá.

Esto de que la izquierda se trabaje a los empresarios no deja de sonar a impostura, aunque sea en campaña electoral o precisamente por eso. Ni los socialdemócratas ni, desde luego, los neocomunistas tienen una gran opinión de los patronos a quienes en la mejor de las hipótesis consideran un mal necesario. En la peor, aspiran a sustituirlos por la empresa pública, que a su juicio gestiona mucho mejor y más igualitariamente los intereses de todos, aunque se trate de una contradicción entre los términos. O empresa, o pública.

La opinión de los políticos autodenominados de izquierda no difiere mucho, en realidad, de la del común de las gentes dentro de una España que tiende a desconfiar de quienes hacen dinero con los negocios. Basta escuchar los improperios que le caen a Amancio Ortega cada vez que anuncia una donación benéfica o se conocen los beneficios anuales de Inditex. La jaula de grillos de las redes sociales se enciende entonces para acusarlo de explotar a la infancia del Tercer Mundo y/o de ganar cantidades indecentes (sic) de dinero.

Nada más natural, por raro que parezca. Como en cualquier otro país latino, en España resultan sospechosos todos aquellos que tienen una idea, la convierten en una empresa y, en el colmo de la desfachatez, someten a la gente al castigo bíblico del trabajo. Mejor les iría si renunciasen a su condición de explotadores y se dedicaran a actividades honorables -y muy tradicionales por aquí- como la especulación inmobiliaria o las apuestas del Estado.

Este es, a fin de cuentas, un país de rentistas que abomina del trabajo y de la producción industrial de bienes sobre los que fundan por lo general su prosperidad las naciones del norte y centro de Europa entregadas a la herejía luterana. Corre por ahí el rumor de que tales países son precisamente los más aventajados del continente, así en la economía como en la educación y los servicios sociales; pero tampoco hay por qué dar crédito a todo lo que se escucha.

Frente a esa devoción por la faena, que tanto cansa, España mantiene en alto el ideal de vivir de rentas: ya sean del alquiler, ya de una herencia bien dotada; por más que tal actividad no genere un solo empleo ni contribuya a la riqueza del país.

Quizá así se explique el éxito de cierto partido ahora en boga que basó inicialmente su éxito en la condonación de las hipotecas y otros asuntos de parecido orden inmobiliario. Se conoce que, como en tiempos de Franco, esta sigue siendo la España del pisito y el cochecito; y la autodenominada izquierda se limita a aprovecharse de esos reaccionarios hábitos. Aunque ahora, que es tiempo electoral, les den un poco de coba a los empresarios para que no se asusten.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

Compartir el artículo

stats