Si por lista se entiende la persona dotada de sagacidad para ganar dinero no hay la menor duda que los millonarios (en este artículo, managers/PDGs de empresas cotizadas en Bolsa, CEO en la terminología anglosajona) son más sagaces que el 99% de la población. Ahora bien, si nos referimos a competencia (en el sentido general de idoneidad) o inteligencia (capacidad de entender o comprender) el asunto cambia. Además, hay que diferenciar entre quienes crearon una empresa de la nada o la resucitaron de las cenizas, que son verdaderamente admirables para quienes valoramos el espíritu emprendedor del ser humano, y los que pilotan grandes empresas que estaban allí cuando llegaron.

Sin embargo, los managers más reputados ejercen tal fascinación que se les consulta como si fuesen gurús. A veces aciertan -un reloj parado da correctamente la hora dos veces al día- pero cuando opinan de macroeconomía sus argumentos son discutibles. En este sentido, el mecenazgo de Bill Gates en África es tan generoso como contraproducente según Angus Deaton, Nobel de Economía, especialista en políticas de desarrollo. Cerca de nosotros, aún recuerdo el debate en 2008 entre Pedro Solbes y Manuel Pizarro -antiguo presidente de Endesa- cuyo resultado fue penoso para el candidato del PP que, si bien se mira, disponía de -pero desconocía- datos y razones para desmembrar el excurso de Solbes. Un manager -aunque gane millones- no está habilitado para emitir diagnósticos macroeconómicos más allá del tópico y del lugar común.

Alierta en gurú

Pongamos el caso del expresidente de Telefónica -César Alierta- ejecutivo brillante, atento a la evolución económica y tecnológica. En una conferencia que impartió el año pasado (La digitalización clave para el desarrollo de la sociedad) hizo varias afirmaciones que de entrada suenan estupendamente pero carentes de fundamento cuando se las analiza con rigor. Sin ser exhaustivo recojo tres: a) hay que ayudar a las empresas a aumentar de talla hasta alcanzar 200 empleados como mínimo; b) el dominio personal de las técnicas de digitalización es la solución al desempleo; c) desde que España entró en la Unión Europea la renta per capita aumentó el 60% y va a seguir creciendo.

Las precedentes afirmaciones, que pueden ser ciertas desde un enfoque microeconómico no lo son macroeconómicamente: la macroeconomía, por mucho que crean grandes y pequeños PDGs, no se gestiona como una empresa.

a.- Subsisten varios malentendidos respecto a las empresas de más de 200 trabajadores: crean riqueza para los accionistas pero poco empleo. En Europa, en media, los servicios representan más de los 2/3 de las necesidades en mano de obra (comercio, turismo y sector médico-social especialmente). En la industria se creará menos del 10% del empleo este año, su importancia reside en la generación de valor añadido gracias a la exportación. Otro de los sectores que más recluta es el agrícola, para labores de recogida (arboles, tierra o viña) que crean empleos con duración media acumulada, por trabajador, de tres meses.

Más específicamente, hay dos datos fundamentales: la demanda de trabajo la realizan pequeñas empresas, sobre todo en los servicios. El 70% de las ofertas de empleo emanan de empresas de menos de 50 trabajadores. Significativamente, el 45% de la demanda de trabajo proviene de estructuras con menos de 10 empleados. Las empresas de más de 200 empleados se caracterizan por volcarse a la exportación, lo que exige reducir costes y suprimir empleo. Solo el 15% del empleo que se creará en Europa en 2016 provendrá de empresas de más de 200 trabajadores.

Fundamentalmente, Alierta ignora las leyes económicas pertinentes en relación con lo que trata. De nada sirve que el Estado impulse o ayude a que las empresas aumenten de talla ya que sería forzar inútilmente la expansión natural del tejido empresarial. De una ley empírica -ley de Gibrat, emparentada con la log-normal- se deduce que la tasa de crecimiento de las empresas es aleatorio: la tasa de crecimiento proporcional en el tiempo t+1 no depende de la talla absoluta en t.

b.- Una tecnología puede darle un puesto de trabajo a la persona que la domine pero, macroeconómicamente, la digitalización es una de las causas del paro masivo y desaparición de las clases medias.

c.- La tercera afirmación no se verificará en el sentido que Alierta expone. Que el salario medio siga creciendo en el futuro no significa que también lo haga en la misma proporción el salario mediano (frontera entre la población laboral que gana menos y la que gana más que dicho salario) y, peor aun, probablemente asistiremos a un desplome en el salario modal (el salario más frecuente)

Salario mínimo

Lo que resulta verdaderamente desmoralizador y de gran cabreo es que prestigiosos empresarios asuman el papel de triunfitos con discursos más mundanos que científicos -cuando les dan algún premio o cosas así- desentendiéndose de los verdaderos problemas sociales. Uno es, evidentemente, el de la pobreza, incluso el de la pobreza laboral. Y esto debería concernirles directamente.

Puesto que los grandes empresarios pasan del tema ha tenido que venir la OIT en reciente informe (Perspectivas sociales y de empleo en el mundo: transformar el empleo para erradicar la pobreza, mayo 2016) proponiendo aumentar el salario mínimo en España el 10% en los próximos tres años argumentando que lejos de disminuir la demanda de trabajo la incrementaría puesto que estimularía el consumo.

Siendo escéptico por naturaleza -de entrada no creo lo que diga la OIT ni los gurús empresariales ni el FMI ni Madame Soleil hasta entender de qué va la cosa- se me ocurren varios comentarios. Si bien prácticamente todos los think tank y centros de investigación económicos constatan la debilidad de la recuperación mundial -especialmente europea- a pesar de las medidas expansionistas de los Bancos centrales, el recurso al aumento del salario mínimo, aceptado sin aspavientos por los conservadores británicos, puede no resultar neutro. Si es demasiado elevado alicorta la competitividad de la empresa y desestimula la demanda de mano de obra de jóvenes y trabajadores poco cualificados. Es decir, el salario mínimo es problemático cuando es demasiado alto en relación al nivel de competencia de la mano de obra ¿Y ese nivel cuál es? Entre el 50% y el 60% del salario mediano. Algunos trabajos de econometría sugieren que sobrepasando este umbral, el aumento del 1% destruye empleo. Para evitar este efecto deletéreo y acercar el nivel del coste laboral al de los países con los que se compite los gobiernos tienden a rebajar las cargas sobre los bajos salarios con riesgo de perjudicar las finanzas públicas. O como, en el Reino Unido, el aumento del salario mínimo se acompaña de reducción de ayudas sociales.

¿Y en el caso español? Si bien el salario mínimo se establece (año 2016) en 655 euros mensuales pasa realmente a 764 puesto que hay que contar catorce pagas. La mediana salarial siendo 1.650 euros brutos aproximadamente (calculada sobre distribución salarial anual) el salario mínimo representa el 46% del salario mediano. El aumento del 10% o incluso del 15% del salario mínimo lo situaría en el intervalo aceptable del 52%/54% del salario mediano lejos de la frontera mortal del 60%. No parece que haya problema aunque no se sabe cómo reaccionarían los pequeños empresarios de hostelería y similares.

No obstante, dudo que el impacto sobre el consumo provoque un efecto notable de arrastre generador de demanda de trabajo. El salario mínimo lo perciben generalmente personas jóvenes o con poca formación o extranjeros, categorías sociales con propensión a adquirir bienes de importación baratos o efectuar transferencias a los países de origen, con lo cual el aumento de rentas se despilfarraría, en cierta medida, en importaciones. O sea, si se trata de aumentar el salario para mejorar la situación económica de la mano de obra poco cualificada y combatir la pobreza laboral, estoy de acuerdo y apoyo la propuesta de la OIT. Si es para crear empleo, la medida me parece de dudosa eficacia ¿Y el señor Alierta, qué opina?

Mientras Roma arde

A mayor abundamiento, Juan Rosell, presidente de la CEOE, al presentar hace unos días (16/05) un estudio de Siemens/Roland Berger Strategy Consultants al tiempo que encarecía las virtudes de la digitalización afirmó que el trabajo "fijo y seguro" es "un concepto del siglo XIX", en el futuro habrá que "ganárselo todos los días". Siendo en alguna medida cierta la afirmación de Rosell no lo es menos que equivale a extender el acta de defunción del capitalismo. Porque significa, y no hay forma de que a algunos empresarios e ideólogos adjuntos algo tan elemental les entre en las entendederas, que el contrato social suscrito en el siglo XIX entre trabajadores y empresarios ha muerto en el siglo XXI a manos del progreso técnico digitalizado.

Mientras Roma arde, los gurús tocan la lira y el capitalismo abjura de su propio contrato social, las remuneraciones de los grandes PDGs plantean varios problemas. El primero, y más fácil de resolver, es el de la medida. El CEO de Google puede embolsarse 200 millones de dólares anualmente si las acciones suben el 1%, pero los accionistas se embolsan 5.000 millones. El resto de la sociedad aprecia de otra forma el papel del manager y el montante de su paga. Las remuneraciones son bastante aleatorias y parecen obedecer más a una cultura económica abusiva que a la capacidad técnica de los altos gestores. El PDG de Toyota, el constructor automovilístico más importante del mundo (la empresa más valiosa del sector según Forbes) a buen seguro es técnicamente tan bueno como los de Peugeot-Citroën, Renault-Nissan o General Motors y sin embargo su remuneración es diez veces inferior.

Estamos asistiendo a una desmoralizadora falta de ejemplaridad dada la divergencia de ingresos, que no están verdaderamente justificados por el talento, la entrega personal, la competencia, el nivel de responsabilidad ni la competición internacional. Y exceden con mucho lo que un individuo puede gastar durante toda la vida para su satisfacción personal. En este teatro de vanidades se observa la progresiva desaparición de la clase media y la polarización social en dos extremos: unos, poco pagados; otros, excesivamente. Pero ello es, en cierta medida, secundario en relación a lo que tratamos aquí. A saber, los grandes managers, PDGs y CEOs suelen ser asaz lerdos en lo tocante a la ciencia económica y no hay que hacerles demasiado caso cuando osadamente incursionan en este terreno. Listos son un rato largo.